Querido Félix
Llegó la primavera. Otra vez. No sé cómo es que este maldito ciclo de la vida sigue empeñado en repetirse cada año sin mi consentimiento. Como si yo no hubiera dejado en claro, desde la infancia, que el calor me ofende a nivel personal. Pero aquí estamos otra vez: sudando, derritiéndonos y viendo cómo todo a nuestro alrededor se llena de alergias, insectos y gente que cree que el sol es su amigo.
Hablemos de eso. ¿Cómo es posible que aún existan personas que disfrutan esta temporada? Que son "Teem calor" y "la energía primaveral". Me preocupan, Félix. Los veo y me pregunto si son humanos o si alguna vez se han visto obligados a sobrevivir en un transporte público sin aire acondicionado, rodeados de 180 desconocidos con las axilas al descubierto. Porque si hubieran vivido eso, no estarían tan felices.
Y luego está el sudor. Mi gran enemigo. No hay peor humillación que salir de casa oliendo a vainilla y regresar oliendo a chivo. La primavera es esa época en la que la dignidad se evapora a la misma velocidad que la humedad de la piel. Es ese momento del año en el que el delineador decide que prefiere vivir en mis mejillas en lugar de en mis párpados. Es la temporada en la que el concepto de "frescura" se convierte en un recuerdo borroso.
Ah por ciero, aprovecho para repetir mi queja sobre las abejas. Esas miniterrores con alas que la gente insiste en llamar "importantes para el ecosistema". Claro, seguro que lo son, pero también lo es mi tranquilidad y nadie parece preocuparse por ella. Cada primavera vuelven, con su actitud pasivo-agresiva, volando en círculos sospechosos, dispuestas a recordarme que la naturaleza no me quiere. Y peor aún: si te pican, se mueren. O sea, literalmente su máximo acto de agresión también es su propia autodestrucción. Las respeto por su compromiso con la violencia irracional, pero no las quiero cerca.
La gente dice que la primavera es la estación del amor. Que todo florece, que la pasión se enciende y que el romance está en el aire. Yo digo que el aire huele a bloqueador solar barato y a desesperación. La verdad, lo único que "se enciende" en primavera son mis ganas de mudarme a un congelador. Y el romance... bueno, si está en el aire, seguro ya se sofocó con el calor.
Por eso yo me dedico a lo mío: sobrevivir. Esquivar el sol como si fuera una ex pareja psicópata, buscar la sombra como si mi vida dependiera de ello (porque depende) y contar los días para que lleguen las lluvias. Benditas lluvias, el verdadero milagro de la existencia. El día en que las nubes cubren el cielo y el aire deja de sentirse como un horno industrial, mi fe en la vida se restablece temporalmente.
Mientras tanto, seguiré refugiándome en mi cueva, observando a los optimistas primaverales con la misma fascinación con la que uno observa un documental de especies en peligro de extinción. Porque de verdad, Félix, no sé cómo le hacen, pero allá afuera hay gente disfrutando este infierno. Y eso me parece una verdadera anomalía biológica.
Con el rostro pegajoso y el corazón helado,
Tu amiga antisocial, pero con sombra.
Rebeca Jiménez
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