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El peligroso “lujo” de los conciertos

Por Katia Briseño.

Los primeros conciertos en México empezaron como fiestas pequeñas y sí, lugares a los que muchas personas podían acceder y uno de los motivos por los que la gente asistía era para conocer música. En una época en la que los cassettes, vinilos y spotify estaban lejos de nuestro alcance la música se conocía de boca en boca o a través de la escucha.

El mundo de los conciertos ha cambiado y a la par se ha convertido en un lujo y placer extraño que cuesta trabajo reconocer. La música dejó de ser el principal motivo por el que la gente participa en estos eventos y comenzaron a gestarse nuevos escenarios para alimentar la ansiedad y necesidad de los asistentes.

En un mundo en el que Spotify es lo único que se escucha, la música cada día se produce en masa y en un año puede existir una agenda de más de 500 conciertos asistir se ha convertido en un peligroso placer para todos. Este placer que acaba con nuestras vidas, originalidad y espíritu.

Imagina ahorrar dinero durante meses para comprar un boleto en Ticketmaster y encontrar una fila de más de 2000 personas para ser acreedor a solo un humilde boleto de $1,200.00 pesos pero faltan los cargos, porque las boleteras no se quedan atrás con los precios. Entras a un mundo en el que la publicidad de conciertos te invade, preventa, venta general y ese tipo de anuncios te abruman en un mundo que no conoces porque al final lo único que quieres es ir a ver a tu artista favorito, no lo demás.

Esperas seis o siete meses porque a tu artista favorito se le ocurrió anunciar casi medio año antes y aunque no sabes si vas a morir o vivir ya compraste ese boleto y lo presumes con orgullo y honor. Genial, burlaste a la cantidad de gente que no conoce suficiente a tu artista y solo va a alardear, a los revendedores malosos que sólo quieren robar gente y a la boletera capitalista que solo le interesa tu dinero.

Cuando por fin ya es tiempo de que sea hora del concierto te preparas, vas en metro para economizar y ahorrar ya que en días de eventos todo parece un abuso en cuestión de taxis. Llegas y caminas un montón para entrar, te revisan como si fueras a robar un banco y después por fin entras a una ola de gente que lleva esperando casi desde las seis de la mañana para sentir el sudor de tu artista favorito.

Tienes sed y solo tienes opción de tomar agua por casi cincuenta pesos, una cerveza en doscientos pesos y a lado de ti hueles gente fumar marihuana por todos lados. Te mareas, te cansas de los pies, si quieres comer también son otros cien pesos y mejor te esperas a la salida. Para ir al baño es otro problema, cómo vas solo tienes que salir por un mar de gente con la esperanza de que te dejen regresar y si no ya valieron tus fotos de Instagram.

Una vez que empieza el concierto guardas silencio y te emocionas, te preguntas si verdaderamente te gusta este artista y si sabes más de diez canciones. Quizás si, quizás no, querías ir porque te recordaba a una parte de tu vida que ya no existe y la nostalgia es lo que más vende ahora.  No tienes claro nada, te envuelves en un ambiente extraño, volteas a ver a otros y están en su celular, otros se dedican a grabar todo el concierto y deciden no bajar su brazo durante una hora.

Sacas tu teléfono con la ilusión de que no te lo roben y sacar algunas fotos o videos de las canciones que más te gustan, para inmortalizar el momento. Te da frío, sueño, te duelen los pies pero sigues ahí porque tienes que cumplir.

Observamos la terrible explotación que viven las personas que trabajan ahí, los litros de cerveza que cargan y la terrible dinámica en la que venden las cosas. No compras porque encima de todo sabes que es caro y que no les pagan lo suficiente. Decides ir al baño y también te piden dinero para pasar a un baño portátil, te dan dos cuadritos de papel y bueno, todo eso para poder ver a tu artista favorito.

Al terminar el concierto ves como salen personas en sus camionetas, autos, choferes, algunos tenían la intención de caminar al metro como tú pero ya está cerrado. Ni corriendo llegarías así que decides caminar por la salida y la avenida para encontrar un taxi que te lleve a casa, revisas los precios de uber y no bajan de quinientos pesos, es un terror. Caminas y ves playeras de tu banda favorita en cien pesos, te dan ganas de comprar pero sabes que no te la pondrás más de una vez y no quieres tenerla arrumbada, no compras nada.

Caminas y caminas pero los taxistas dicen que mínimo te cobran quinientos a cualquier lugar y decides subirte, ni modo, con el riesgo de que llegando a la puerta de tu casa te quiera cobrar más porque así es México pero quisiste ir a ver a tu artista favorito.

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