El libro de piedra (1969), Dir. Carlos Enrique Taboada.
Por Andrea Méndez
A veces pienso que las películas que más nos marcan son las que logran inquietarnos de maneras profundas, casi invisibles. Eso me pasa cada vez que veo “El libro de piedra” (1969), de Carlos Enrique Taboada. Esta película tiene algo especial, una manera de colarse en tu mente y quedarse ahí, como si sus imágenes fueran sombras que se mueven en el fondo de la conciencia. Hay algo en la forma en que Taboada maneja la narrativa visual que siempre me deja reflexionando, no solo sobre el miedo, sino sobre lo que no podemos ver o entender del todo. Es un horror psicológico, casi como si la película fuera una sesión psicoanalítica en la que lentamente descubres lo que está escondido.
Desde un punto de vista visual, “El libro de piedra” sobresale en cómo utiliza el espacio, la luz y los encuadres para crear una atmósfera que te envuelve. La casa donde se desarrolla gran parte de la historia es más que un escenario; es un personaje en sí mismo, lleno de rincones oscuros y jardines silenciosos, como si cada sombra pudiera esconder algo más allá de lo visible. Taboada usa planos largos y estáticos que, en vez de tranquilizar, generan una sensación de vigilancia constante. Es como si la cámara supiera algo que nosotros no, algo que está al acecho. Para mí, estas elecciones visuales refuerzan la sensación de lo "no dicho", esa parte del inconsciente que no queremos confrontar.
Uno de los aspectos más inquietantes de la película es el uso del personaje de Hugo, la misteriosa figura infantil que supuestamente es un amigo imaginario, pero que lentamente se convierte en una presencia cada vez más tangible. Visualmente, Hugo nunca aparece en pantalla, y sin embargo, su influencia está en todas partes. Esto es algo que Taboada maneja con una sutileza que me fascina: el miedo no proviene de lo que vemos, sino de lo que no podemos ver pero sabemos que está ahí. Es como un eco de las teorías psicoanalíticas sobre lo reprimido. Hugo es una representación visual de los traumas y miedos no resueltos de los personajes, especialmente de Silvia, la niña protagonista.
La película también logra algo muy interesante con el uso del sonido —o más bien, con su ausencia. En varios momentos clave, Taboada opta por el silencio, lo cual intensifica la sensación de que algo no está bien. Pienso mucho en las escenas donde Silvia interactúa con Hugo, donde lo que se escucha es apenas el susurro del viento. Es como si Taboada nos llevara a sumergirnos en el estado mental de Silvia, un espacio en el que lo que no se dice, lo que no se escucha, es más importante que lo que está en la superficie.
Visualmente, Taboada también juega con la idea del espejo y el reflejo, algo que siempre me ha fascinado en el cine porque es una manera de explorar la duplicidad de la mente. Hay una escena en la que Mariana, la madrastra, se mira en un espejo, y la cámara se detiene en ese momento de reflexión, casi como si quisiera decirnos que lo que vemos en los demás es solo un reflejo de lo que llevamos dentro. Me recuerda mucho a la teoría del espejo en el psicoanálisis, cómo los otros a menudo nos devuelven partes de nosotros mismos que preferiríamos no ver. La película, al igual que el cine de Hitchcock, utiliza estos elementos de forma discreta pero efectiva, generando una sensación de que todo está conectado a un nivel subconsciente.
El libro de piedra es también un estudio fascinante sobre el miedo a lo desconocido y lo reprimido. Silvia, una niña aparentemente inocente, termina siendo el canal por el cual emerge una fuerza oscura, y esto es algo que Taboada sugiere visualmente desde el principio. La relación entre Silvia y su madrastra, Mariana, está marcada por una cierta distancia emocional, algo que me resulta muy familiar en los personajes de horror psicológico. Es como si el mal o lo sobrenatural se alimentara de la desconexión humana, de las emociones no resueltas. En este sentido, la película me parece un estudio sobre la vulnerabilidad de la mente infantil, de cómo los niños absorben las tensiones de su entorno y las proyectan de maneras que los adultos no pueden comprender.
Uno de los momentos visualmente más potentes de la película es la escena, cuando Mariana descubre la verdadera naturaleza de Hugo y se enfrenta a lo que siempre había temido. La cámara de Taboada, en lugar de mostrar el horror de manera explícita, opta por un enfoque más insinuante. Los rostros de los personajes, sus expresiones de asombro y miedo, hacen más por el terror que cualquier efecto especial. A nivel visual, es un momento de revelación, no solo para los personajes, sino también para el espectador. Es cuando nos damos cuenta de que el horror no proviene necesariamente de la estatua o de lo sobrenatural, sino de la capacidad de la mente para proyectar sus miedos más profundos en el mundo exterior.
La película también puede interpretarse como una alegoría del duelo y la represión. Los personajes parecen estar atrapados en un ciclo de negación y evasión, incapaces de enfrentar los traumas que los acechan. El hecho de que Hugo sea un "amigo imaginario" es significativo: es una figura que representa lo reprimido, lo que no se puede decir o procesar. Y es precisamente en esa imposibilidad de expresión donde radica el verdadero terror de la película. Lo que más me gusta de la película es que no necesita recurrir a efectos especiales ostentosos o a imágenes explícitas de horror para crear miedo. Todo está en los detalles visuales: las sombras, los reflejos, las miradas furtivas.
El impacto de El libro de piedra en la historia del cine mexicano es innegable. A nivel visual, Taboada creó una atmósfera única, que ha influido en generaciones posteriores de cineastas. La película es una obra maestra del cine de terror psicológico, donde lo visual y lo psicológico están entrelazados de manera indisoluble. Lo que Taboada logró con esta película fue demostrar que el terror no necesita ser explícito para ser efectivo, que los miedos más profundos no se encuentran en lo que podemos ver, sino en lo que percibimos a través de las sutilezas visuales.
En lo personal, El libro de piedra me enfrenta con mis propios miedos, con la idea de que lo que no entendemos o no podemos explicar es lo que más nos aterra. Es una película que, a través de su narrativa visual, nos invita a explorar las zonas más oscuras de la mente, a enfrentarnos con lo que preferiríamos dejar en las sombras.
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