Querido Félix
Espero que estés listo para leer otra de mis heroicas historias, está vez te contaré sobre una de las tradiciones que tiene mi family para las fechas patrias, la noche del grito de independencia en casa de mí tía, la hermana de mi padre, nombrada por mi como la gala de los perfectos.
Sí, lo sé. No es que me entusiasme mucho compartir estos detalles contigo, pero la vida, en su infinita ironía, me ha vuelto a ofrecer un espectáculo digno del mejor circo. Y, por desgracia, tú eres mi único lector designado. La cena mexicana de mi tía fifí es un ritual grotesco, donde el patriotismo malentendido se mezcla con su obsesión por mantener las apariencias. Desde hace seis años, se autoproclamó en la 'resistence' contra lo que en su locura llama 'el dictador' y, por supuesto, se niega a ver el Grito, porque para ella no es una celebración de independencia, sino un teatro montado por el enemigo público número uno: AMLO. El odio que destila en cada reunión es tan intenso que puedo olerlo a kilómetros de distancia, como si fuera el aroma del azufre supurando directamente del infierno.
Cada año, la noche comienza con la retahila de lugares comunes, ese momento en que la entrada triunfal se hace con la decoración patriótica más exagerada que jamás hayas visto. Mi tía, siempre tan generosa, ha decidido adornar siempre su casa como si estuviera en la competencia de “¿Quién puede asesinar el buen gusto con más banderitas?”. Me imagino que la decoración fue elegida en una tienda de artículos de fiesta de la peor clase, con piñatas y guirnaldas que claman al universo su deseo de ser vistas y criticadas al mismo tiempo. La mesa está dispuesta con una precisión cuasimilitar, donde cada plato y cada cubierto están alineados como soldados en formación. Como siempre, la comida tiene el mismo sabor a “bien hecho, pero insípido”.
Mi prima, esa maravillosa exhibición de perfección, hace su gran aparición con el tipo de aura que uno asociaría con una estrella de cine, pero que en realidad es solo una mujer que cree que la vida es un desfile de moda para revistas de “Familia Ideal”. Ella y su esposo perfecto, con su bebé hermoso (que si bien es un encantador saco de llanto y suciedad, en su mundo es un pequeño dios que camina), y el pobre pug ya tiene suficiente con su cara, pero además debe soportar vivir entre esas almas vacías, arrastrado a cada cena como un accesorio de mal gusto, sufriendo en silencio con cada selfie familiar.
La conversación, como era de esperar, gira en torno a la grandeza de sus vidas y su odio al actual presidente. Mi prima relata cómo su bebé ya sabe contar hasta un millón y resolver ecuaciones de tercer grado, mientras su esposo perfecto habla de su probable, posible, casi nuevo ascenso en el trabajo (que en los últimos 6 años nunca ha llegado), un logro que seguramente sería recompensa por su talento para ser un lambiscón. Y yo, en mi rincón, como siempre, me contengo las ganas de lanzar una bomba de sarcasmo en el centro de la mesa.
La cena, claro, es un festín de platillos tradicionales que han sido tan exageradamente preparados que pierden cualquier esencia de autenticidad. Los tacos de guisado se convierten en “tacos gourmet” con ingredientes que costaron más de lo que gané en el último año, y el mole, en lugar de ser una joya culinaria, se convierte en un experimento para ver cuántas especias pueden combinarse antes de que la comida se convierta en una pasta incomible. Pero, como no podía faltar, todo está presentado con una pomposidad que roza lo absurdo.
En el clímax de la noche, el gran evento es el grito de independencia. Mi tía se levanta, rodeada de todos nosotros, y empieza a hablar de cómo su familia es el epítome del éxito, mientras el resto de nosotros nos preguntamos cómo es que nos podemos contener la carcajada sin que se nos rompa la mandíbula. El “grito” es una declaración de lo maravillosa que es su vida y lo exitosos que son todos en su círculo, mientras yo me encuentro en un rincón tratando de no vomitar ante el desvarío de egos.
No puedo evitar notar, en medio de esta parodia involuntaria, la desconexión entre el evento y el espíritu real del festejo. En lugar de reunirnos para recordar los sacrificios y el verdadero significado de la libertad, estamos aquí, cada año, inmersos en un espectáculo de ostentación y superficialidad. Y mientras muchos se reúnen en sus casas por la independencia, yo levanto mi vaso de agua de jamaica para brindar por la verdad: que la independencia personal a veces significa simplemente escapar de estas escenas ridículas y recordar que el mundo es más grande que la burbuja de perfección que la familia de mi tía parece haberse creado.
A veces, creo que si puedo sobrevivir a estas cenas y mantener mi cordura, realmente estoy en camino a una forma de independencia mucho más significativa que la que mi tía y prima están celebrando.
Te abrazo con la esperanza de que tus celebraciones del 15 de septiembre, sean mucho más llevaderas que las mías.
Con un toque de melancolía patriótica,
Tu siempre disidente en ciernes
Rebeca Jiménez
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