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Arquitorrinco: Elucubraciones en el metro de la Ciudad de México

Por Arquitorrinco

Nuestro amado y odiado metro citadino fue construido en 1967, al principio sólo contaba con una línea, que iba de Chapultepec a Zaragoza, es decir, atravesaba de oriente a poniente todo lo que era el antiguo Distrito Federal en ese momento. Ese monstruo facilitador de transporte estuvo a cargo del ingeniero Bernardo Quintana Arrioja como responsable principal (quien diría que luego el autor de la torre Reforma lo conocería por su gran curiosidad y que incluso sería su amigo y maestro, aunque ese chisme es para otro momento) y muchas de las estaciones fueron diseñadas por grandes arquitectos, como Félix Candela en San Lázaro. La bonita iconografía estuvo a cargo de Lance Wyman, Arturo Quiñónez y Francisco Gallardo y es de lo más llamativo para los extranjeros aún en la actualidad, pensada originalmente para las personas que no sabían leer, sigue siendo un referente de inclusión.

Es bonito pensar que cada estación, cada transbordo, cada tren, cada escalera e incluso cada pequeño rincón tiene millones de significados para los chilangos que transitan el verdadero corazón palpitante de la caótica metrópoli. Dentro de las leyendas urbanas más conocidas, está el vampiro de Barranca del Muerto, las brujas de Cerro de la Estrella, el fantasma de Pino Suárez y las alteraciones espacio-temporales en los horarios menos concurridos.

Este ornitorrinco ocioso, puede contar experiencias extrañas vividas en carne propia, porque aceptémoslo, en el gran laberinto de gente, electricidad, concreto y acero, pasan situaciones poco comunes, quizás debido al cansancio o a la distracción. Una de esas es cuando una inusual y calurosa tarde de noviembre, volvía del metro Zócalo a Taxqueña, en la línea 2, habiendo caminado mucho ese día, milagrosamente encontré un vagón de en medio casi vacío, había puesto mi celular en modo avión para ahorrar la poca batería que me quedaba, así que sólo veía hipnóticamente como pasábamos entre cada estación, recuerdo bien que se detuvo en Ermita (que hace conexión con la línea 12, por lo que suele estar bastante llena) y como si fuera un juego macabro, empezó a sentirse mucho frío aun cuando el sol no terminaba de ocultarse, un tren llegó del otro lado del andén y bajaron personas, pero en la puerta se quedó detenida una persona, me pareció extraño porque otros no parecían notarlo, me puse a observarlo porque me parecía conocido y me di cuenta que era nada más y nada menos que el gran geómetra Agustín Hernández, con un poco más de energía me hubiera bajado a saludarlo, pero en ese momento ya sólo quería regresar. El tren cerró sus puertas con el arquitecto a bordo y se fue en dirección contraria. Poco después el tren dónde me encontraba hizo lo mismo y para mi sorpresa avanzó muy rápido, llegué a la terminal y subí en el transporte camino a casa, estaba tan cansada que me dormí todo el camino de regreso. Al día siguiente tenía que pasar por unos trámites a la facultad, me encontré a un maestro y le conté a quien había visto, se me quedó viendo con cara de confusión, no le hice mucho caso y fui hacia el vestíbulo dónde encontré un cartel que llamó mi atención, me acerqué a leerlo y resultó ser el obituario del arquitecto que había visto el día anterior, decía que ese día sería su ceremonia luctuosa y había más información sobre homenajes y demás. Al parecer el metro es un sistema tan eficiente y querido por los capitalinos que aún siendo fantasmas lo utilizan.

 


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