Por El Perrochinelo
¡Ah, las mañanitas guadalupanas, banda! Aquí va una columna bien barrio, desde la perspectiva de un perrucho callejero, porque ya saben, uno anda en todo el mitote y hasta la Villa me rolé para echar pata y chismecito guadalupano.
El 12 de diciembre es pura fiesta y devoción. Desde días antes, ya ves a la banda bien puesta con sus peregrinaciones, unos a pie, otros en bici o en camiones llenos de cuetes y pancartas, porque pues, ¿qué es un homenaje sin ruido? El ambiente huele a flores, veladoras y, claro, pambazos y tamales, porque también se rinde tributo con el estómago. Eso sí, los peregrinos son una banda ruda, algunos vienen desde bien lejos, arrastrando chancla con tal de llegar al Tepeyac y cantarle sus mañanitas a la Morenita del cerro.
Ya en la Villa, el show es completo. No falta quien lleva su imagen enmarcada, porque la fe siempre cabe en una mochila o hasta en un triciclo. Pero, ¿qué les cuento del jale que me eché? Mientras la banda rezaba, yo veía el negociazo de las veladoras, rosarios y estampitas, ¡eso es más movido que el metro en hora pico! Ni hablar de los puestos de garnachas, donde la fila para el atole está más larga que mi semana sin comer.
Y qué decir de las procesiones nocturnas, con antorchas y cantos que retumban en el aire, llenando el barrio de esa vibra entre mística y pachanguera. Algunos compas me contaron que hasta hay danzas prehispánicas, porque la Guadalupana no discrimina; en su casa hay lugar para todos, desde los devotos hasta los curiosos y los merolicos.
Eso sí, no todo es miel sobre hojuelas. Siempre hay que andarse con un ojo al gato y otro al garabato, porque entre la multitud, los amantes de lo ajeno se dan su taco. Pero neta, ¿cómo no admirar a la banda que llega con todo y cansancio, sudor y fe? Ya quisiera yo que me siguieran con esa devoción cuando pido un taco.
Ah, raza, la Guadalupe es más que una figura religiosa; es el estandarte del barrio, la madre que no deja de escuchar y que une, aunque sea por un día, a todos los hijos de esta gran urbe. Así que, ya saben, la próxima vez que anden por ahí, echen una rezadita por los amigos de cuatro patas, porque uno también le sufre y padece en está gran ciudad.
Comentarios