Por Andrea Méndez
Solaris (1972), dirigida por Andrei Tarkovsky, es una obra que siempre me ha fascinado por su complejidad y profundidad emocional. A primera vista, podrías pensar que es solo otra película de ciencia ficción, pero, en realidad, se adentra en la psique humana de una manera que pocos filmes logran. Desde mi perspectiva como experta en cine y psicología, lo que logra aquí es un verdadero logro de la narrativa visual, donde las imágenes no solo cuentan una historia, sino que también reflejan la angustia y el anhelo de sus personajes.
La película, basada en la novela de Stanisław Lem, se desarrolla en una estación espacial que orbita el misterioso planeta Solaris. A lo largo de la trama, el protagonista, Kris Kelvin, se enfrenta a las proyecciones de su propia mente, que toman forma física en la estación. Aquí es donde la narrativa visual realmente brilla. El director utiliza la cámara no solo como un medio para contar una historia, sino como un instrumento para explorar las emociones humanas más profundas.
Un elemento visual destacado es la forma en que el director juega con el tiempo. Las secuencias prolongadas, donde los personajes se sumergen en la naturaleza y los recuerdos, permiten al espectador contemplar la vida, el amor y la pérdida. Esto me recuerda a cómo a veces nos perdemos en nuestros propios pensamientos, un proceso que Tarkovsky captura con una delicadeza poética. La narrativa visual se convierte en una experiencia contemplativa que nos hace reflexionar sobre nuestras propias vivencias.
La fotografía de Solaris es otra pieza fundamental de su impacto visual. Tarkovsky trabaja con una paleta de colores apagados y una iluminación naturalista que transmite una atmósfera de melancolía. Las imágenes de la estación espacial y el océano de Solaris se entrelazan, creando un paisaje que se siente a la vez familiar y alienante. Recuerdo haber quedado hipnotizada por las tomas del océano, que parecen reflejar no solo la superficie del planeta, sino también la profundidad del subconsciente humano. La forma en que Andrei captura los efectos de la luz y el agua genera una sensación de surrealismo, haciéndonos cuestionar qué es real y qué es una proyección de la mente.
Un aspecto que me impactó profundamente fue el uso de la música y el sonido. La banda sonora de Solaris se entrelaza de manera perfecta con las imágenes, acentuando el tono melancólico y la atmósfera de introspección. Las melodías sutiles y los silencios cargados nos llevan aún más a conectar con la psicología de los personajes. Es como si Tarkovsky supiera exactamente cómo resonar en nuestras emociones más ocultas, llevándonos a un viaje interior que perdura mucho después de que termina la película.
Solaris explora temas universales como el duelo, la culpa y la búsqueda de conexión. A través de la narrativa visual, Tarkovsky nos ofrece un espejo donde podemos ver nuestros propios anhelos y miedos. Esto me recuerda a las teorías psicológicas sobre la proyección, donde proyectamos nuestros propios sentimientos en los demás. En este sentido, cada interacción en la estación espacial se convierte en un dialogo entre el ser humano y su propio ser, creando una atmósfera de introspección que me resulta profundamente inquietante.
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