Por Félix Ayurnamat Lili se quedó quieta, con los talones en el borde de la banqueta. No tenía sombra. O tal vez sí, pero se le había ido despegando con el calor. Tenía cuarenta revistas en una bolsa de mercado, un vestido de flores chillonas que le rozaba las rodillas, y un suéter café que olía a naftalina y a religión. —Nada más tres horas, Lili —le había dicho su madre esa mañana—. Tres horas de tu vida pa’ salvar otras. Las horas se hicieron varias. Las revistas se quedaron igual. El semáforo cambiaba. Verde. Rojo. Verde otra vez. La gente pasaba rápido, sin verla. Algunos la miraban con burla. Otros con lástima. Nadie se detenía. Una mujer con tacones le dijo bajito: “pobrecita” . Un señor le aventó una moneda a su bolsa que rodó hasta la coladera. Lili ni se dio cuenta. A lo lejos, un puesto tenía una cumbia en volumen muy bajo. Eso era lo que más le dolía: que todo sonara lejos. Que hasta la música pareciera venir de otro tiempo. —¿Quiere leer algo bonito? —ensayó con una...