Por Félix Ayurnamat
¿Los artistas solo estamos hablándole a quienes ya conocen nuestros códigos? o ¿realmente estamos invitando a más personas a entrar, pensar y sentir el arte?. Cuando por primera vez de niño me interese en una obra aún sin una formación artística, fue la experiencia lo que me atrajo, no los grandes nombres o modas. Por eso me importa que el arte... y quienes lo hacemos, podamos construir públicos críticos que surjan desde todos los sectores sociales, desde la comunidad y no solo desde las élites académicas y económicas.
Los artistas somos como una “totalidad” cultural, nuestro trabajo no solo sería dominar las técnicas, sino que también cuestionar las narrativas institucionales, cruzar las fronteras del poder y construir saberes con la gente, no contra ella. En esa visión, la enseñanza artística funciona mejor cuando involucramos a comunidades reales, no solo estudiantes en aulas cerradas.
Debemos ver el arte como algo participativo, igual a otras prácticas colectivas que transforman la relación entre creador y público, haciendo de la experiencia algo más colaborativo que pasivo. Y eso conecta con los museos, y por extensión al arte, funcionan mejor si aplicamos una lógica de “hospitalidad”, invitando, escuchando y reconociendo que el público trae sus propios marcos de interpretación.
También hay que reconocer esas prácticas que no están en el circuito oficial, pero son fundamentales. Las obras hechas en colectivos populares, en las colonias, en encuentros comunitarios. Ahí existe un público ideal, uno que no está esperando que la élite les diga si algo vale o no.
Algunos de mis aprendizajes más valiosos no fueron en galerías VIP, sino en talleres comunitarios, murales callejeros, colectivos populares. Ahí entendí que el arte se comparte distinto. No van a ver una obra, sino a ser parte de un diálogo.
Por eso creo que los artistas tienen una responsabilidad doble: crear y también abrir caminos de acceso. No solo con lenguajes complejos, sino con maneras sencillas que enseñen a mirar, a cuestionar, a reconocer la propia voz. No es formar “consumidores”, sino espectadores críticos, que quieren entender lo que miran, que se cuestionan "¿quién habla aquí?" o "¿quién falta en esta imagen?".
Imagina un mural hecho entre el artista y vecinos. No hay público sentado, sino caminantes que se detienen, comentan, preguntan. Esa es la base de un nuevo público, uno que no fue educado con tiktoks sino con encuentro vivo. Eso sí enseña.
Al buscar estas experiencias, te das cuenta de que hay otros públicos, no los que repiten modas, sino los que preguntan, contradicen, interpretan desde su propia historia.
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