Querido Félix, ¿Sabes lo que más me gusta de noviembre? Que la gente, por una vez en el año, se toma el tiempo de recordar que la muerte está ahí, esperando, paciente, con su té de tila y su periódico, mientras observa cómo seguimos con nuestras vidas llenas de reuniones innecesarias y disfraces de Halloween de mal gusto. Ah, pero el Día de Muertos, Félix, es otra cosa. Es de las pocas festividades que realmente disfruto, la única que no me hace querer cometer multihomicidio con una engrapadora en la oficina. Bueno, casi. Poner la ofrenda es, honestamente, uno de esos raros momentos en los que no me siento como un desastre emocional. Coloco las velas, el papel picado, las flores de cempasúchil, y por unos segundos, me siento en paz. Como si todo tuviera sentido. Claro, eso dura poco, porque al minuto siguiente ya estoy maldiciendo porque no encuentro la foto del abuelo. Pero esa calma efímera es un milagro en sí. ¿Te imaginas? Yo, la que encuentra todo lo humano abrumador, poniéndome
Félix Ayurnamat. 2022 Por El Perrochinelo ¡Órale, razita! Ya está por llegar esa mera mera época del año que a todos los chilangos se nos pone la piel chinita: ¡El Día de Muertos! La neta, se siente en el aire, y no solo por el olor a cempasúchil que invade las calles esos días, sino por el cotorreo que arman los escuincles pidiendo su calaverita. Ya los ves desde temprano con sus disfraces medio improvisados o bien perrones, tocando puertas y aventándose la clásica de “¡Ahí viene la Chilindrina pidiendo su mandarina; ahí viene el Chavo del Ocho pidiendo su biscocho; ya llegaron los abuelitos pidiendo sus tamalitos, ya llegó Pancho Pantera pidiendo su calavera.!” Ah, esos morritos, siempre creativos, a veces te cantan bonito y otras te avientan más amenazas que una serie de esas de narcos. Pero no importa, porque el chiste es soltarles unas moneditas o un dulcecito pa’ que se vayan bien contentos. Y es que, en serio, esa noche el barrio se transforma. Las colonias populares se ponen