Por El Perrochinelo, perro callejero y cronista de banquetas
Ora resulta, mis estimados chilanguitos ilustrados, que la banda anda destruyendo el metrobus, rompiendo vidrios y quemando libros para protestar contra la gentrificación como si fueran las SS del barrio bravo, cuando en realidad, el tiro también es con los arrendadores gandallas y las inmobiliarias transas que se relamen los bigotes nomás de ver cómo suben las rentas a niveles de "mándame a vivir debajo del puente". O sea, sí, los weros con lana que llegan con sus laptops y sus bebidas raras ayudan a inflar el globo, pero el que le mete aire con toda la saña es el casero que en tres meses te sube la renta como si vivieras en Nueva York con vista al Central Park, cuando lo único que ves son baches, ambulantes y el puesto de tamales de doña Pelos.
Y tampoco hay que hacernos patos, banda: nuestras ondas aspiracionistas también jalan parejo. Todos quieren su depita en la Roma, la Condesa o la Juárez porque "ay, qué cool el brunch con mimosa en la terracita", pero ya en corto, la quincena no alcanza ni pa’ los tacos de canasta. Eso sí, bien que nos encanta la foto en Insta con el caption de “viviendo el sueño urbano”. No manchen, raza, también cooperamos a no inflar el choro.
Y pa’ acabarla de amolar, nos encanta echarle la culpa al extranjero, pero ahí vamos todos emocionados aplicando becas pa’ estudiar en París o Berlín, o ligándonos galanes importados pa’ sentir que ya escapamos del tercer mundo, aunque sigamos pagando el Internet chafa del Infinitum. O sea, ¿neta se vale despotricar contra el extranjero que renta acá, mientras salivas nomás de pensar en un viajecito a Europa o de presumir al novio alemán? Eso ya es como querer vender garnachas pero ofenderte porque huelen a fritanga.
Y sí, raza, aguas: que el coraje no se nos convierta en xenofobia barata. Porque también está la sospecha y no sería raro en este México surrealista de que esas marchitas violentas contra la gentrificación estén patrocinadas o azuzadas por la derecha fifí, nomás pa’ que la banda se dé en la madre entre sí mientras ellos siguen forrándose con sus desarrollos inmobiliarios fifichairos. O sea, no vaya a ser que el show no sea tan espontáneo como nos lo venden y estemos cayendo redonditos en su teatro.
Así que, banda, ojo: no se trata de odiar al güerito o a la foránea ni romantizar el ladrillazo, sino de ponerle un alto al tiburón inmobiliario, al casero abusivo y a nuestro propio rollo aspiracionista. El pedo es exigir que la ciudad sea justa pa todos y no solo pa los que pagan en dólares. Porque si no, lo único que vamos a lograr es que el barrio se incendie mientras los que de veras jalan los hilos, esos, bien a gusto, siguen contando los billetes.
Comentarios