Querido Félix
No sé si últimamente has tenido la desdicha de cruzarte con esa subespecie humana que se cree parida por los dioses mismos, pero yo he tenido el infortunio de toparme y escuchar a varios ejemplares últimamente. Esos seres que piensan que el universo gira en torno a ellos gracias a su dinero, su tono claro de piel, sus rostros y cuerpos que corresponden a los estándares de moda, o sus múltiples grados académicos. Ah, la crème de la crème de la arrogancia y la pretensión. ¡Qué espectáculo más deprimente!
Empecemos por los que se creen superiores por presumir que tienen más dinero del que podrían gastar en tres vidas (realmente no tienen tanto, sólo lo suficiente como para no viajar en transporte público). Estos individuos parecen pensar que su cuenta bancaria les otorga automáticamente una especie de aura divina que los hace intocables. Los ves en sus coches de lujo, mirándote desde arriba como si fueras un insecto aplastado en el pavimento. Y no se cansan de demostrarlo, no. "¡Oh, perdona! ¿Vas a viajar en clase turista? Yo, por supuesto, solo viajo en primera clase", dicen, como si la diferencia en asientos pudiera curar su patética necesidad de sentirse importantes.
Luego están los que creen que el tono claro de su piel es una especie de boleto de oro en la lotería genética. ¡Qué maravilla vivir en un mundo donde el color de tu epidermis determina tu valor! Estas personas actúan como si sus células cutáneas fueran tejiendo poesía pura, mientras el resto de nosotros, simples mortales, estamos condenados a la mediocridad. "¡Oh, tu piel se broncea en verano! Qué interesante, yo simplemente me pongo más dorada", comentan con esa condescendencia que te dan ganas de enviarles una invitación personalizada a la realidad.
Y bueno, qué decir de esa gente que coinciden con los valores estéticos de moda, esas personas que se creen la última Coca-Cola en el desierto porque sus caras y cuerpos parecen esculpidos por un dios obsesionado con los filtros de Instagram. Ahí están, posando para cada foto, asegurándose de que captures su "mejor ángulo" (como si tuvieran alguno malo, según ellos). "¡Oh, me veo fatal hoy, solo tengo 500 likes en mi última foto!", se lamentan, esperando que todos compadezcamos su miseria superficial.
No olvidemos a los académicos, que son un tipo especial de prepotencia. Esos con múltiples títulos que no pierden la oportunidad de recordarte lo increíblemente educados y superiores que son. "¿No has leído el último estudio sobre la teoría cuántica de la relatividad aplicada a la física de partículas? Qué interesante", dicen, con una sonrisa tan falsa como un billete de 33 pesos. Se envuelven en su manto de sabiduría, mirando al resto de nosotros como si fuéramos simios tratando de comprender el fuego.
Pero lo más patético de todo esto, Félix, es que estas pobres almas no se dan cuenta de que su sentido de superioridad es solo una máscara para ocultar su miserable existencia. Porque, al final del día, ¿qué más son estos rasgos de superioridad que un accidente biológico? No eligieron su apariencia, su familia ni su lugar de nacimiento. Simplemente tuvieron la suerte (o la desgracia) de caer en el lado favorable de la lotería genética y social. ¿Y quién puede culparnos a nosotros, los simples mortales, por no habernos alineado con sus estándares ridículos?
Es triste, realmente, ver cómo intentan compensar su falta de afecto y reconocimiento genuino con un ego inflado, prepotencia y presunción. ¿A quién intentan engañar? Sus vidas son tan vacías que necesitan llenarlas con el desprecio hacia los demás para sentirse algo. Como si rebajarnos a nosotros pudiera elevarlos a ellos.
Y la ironía, Félix, la hermosa ironía, es que cuanto más intentan demostrar su superioridad, más evidencian su inseguridad. Porque si realmente fueran tan superiores, no necesitarían demostrarlo a cada momento, ¿verdad? No, estos son los seres más frágiles, tan quebradizos como una figura de porcelana que teme romperse con la más mínima vibración de la realidad.
En fin, Félix, siempre he creído que estos humanos "superiores" son solo una broma cósmica. Una lección de lo absurdo y lo ridículo. Y mientras sigan pavoneándose con su falsa grandeza, nosotros seguiremos observando y riéndonos de su desesperada necesidad de validación.
Con mi usual falta de paciencia para la arrogancia y la prepotencia,
Rebeca Jiménez
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