Por El perrochinelo
¡Ahí va, banda! Hablemos de la gentrificación en la CDMX, ese fenómeno que tiene a más de uno volteando los ojos más rápido que un trompo. Parece que los barrios de toda la vida se están volviendo más trendy que un influencer con un latte en la mano. Vamos a echarnos unas recortadas y analizar qué pedo con esta invasión de hipsters y sus cafeterías de moda.
Resulta que esos ríos de dinero que van y vienen están trayendo consigo una ola de cambios que ni el Chapulín Colorado podría detener. Los vecinos de toda la vida están viendo cómo sus rentas se vuelven más caras que una cena en Polanco, y de repente, el tianguis de la esquina ya no vende quesadillas, sino quesadillas gourmet con queso de cabra y salsa de aguacate.
Parece que ahora para vivir en la CDMX necesitas tener una cuenta bancaria más grande que la torre Latinoamericana. Los antiguos residentes están viendo cómo sus rentas se elevan más rápido que un globo aerostático en un día de viento, mientras que los nuevos vecinos son tan cool que ni siquiera saben dónde queda la pulcata del barrio.
Y claro, con la gentrificación llegan también esos cafés y restaurantes "trendy" que parecen sacados de un catálogo de diseño de interiores. ¿El problema? Que los precios son más caros que el huevo en carestía y que la autenticidad del barrio se está perdiendo más rápido que un iPhone en el metro.
Pero bueno, no todo es malo, ¿no? Al menos ahora podemos encontrar un matcha latte en cada esquina y ver fotos bien “nices” y "cool" de mi barrio en Instagram. ¡Qué emoción, compadres, qué maravilla ver cómo nuestro barrio se convierte en un parque temático para hipsters!
En fin, banda, la neta es que la gentrificación está cambiando la cara de la CDMX más rápido que una cirugía plástica en Beverly Hills. Así que, por el bien de todos, quizás sería hora de buscar un equilibrio entre lo antiguo y lo nuevo. ¡Menos gentrificación y más autenticidad, por el bien de nuestra querida CDMX!
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