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La crónica del día: El aguinaldo

Querido Félix

¿Cómo estás? No, en serio, ¿cómo estás? No es que me importe realmente, pero, ya sabes, la educación exige ciertas formalidades. ¿Te imaginas si pudiéramos eliminar esas formalidades y simplemente decir lo que pensamos? Claro, el mundo sería un caos, pero al menos sería un caos honesto.

En fin, estaba aquí pensando en la maravillosa temporada navideña que se avecina. Sí, esa época del año en la que todos los que trabajamos en oficinas creyendo ser clase media nos sumergimos en un delirio colectivo de sueños de opio sobre el aguinaldo que está a punto de llegar. ¡Ah, el aguinaldo! La esperanza de los desahuciados laborales, la joya de la corona en el reino de los cuentos de hadas para adultos.

Parece que todos en la oficina están más emocionados que un niño en una tienda de juguetes. ¿Te lo imaginas, Félix? Sueñan con viajes exóticos, cenas gourmet y compras compulsivas. Pero, claro, cuando llega el aguinaldo, la realidad los golpea como una aspiradora que succiona la alegría de nuestras ingenuas existencias.

No sé qué piensan lograr con esa suma de dinero que, al final del día, es como un pequeño destello de luz en la oscuridad perpetua de nuestras existencias esclavizadas. Pero, bueno, cada quien con sus fantasías. Supongo que algunos planean comprar el último grito de la tecnología, como si un nuevo teléfono o una computadora más rápida pudieran llenar el vacío en sus almas. ¡Ilusos!

Otros sueñan con renovar sus guardarropas, como si cambiar la ropa pudiera cambiar sus personalidades patéticas. "Nueva ropa, nueva vida", deben pensar, mientras se ahogan en sus deudas y en la monotonía de sus trabajos sin sentido. Pero, claro, la moda es la panacea moderna, ¿verdad?

Y no puedo dejar de mencionar a los que sueñan con escapar de todo, con abandonar sus empleos miserables y embarcarse en aventuras épicas. Se imaginan recorriendo el mundo, viviendo la vida al máximo, como si no fueran simplemente ratas atrapadas en un laberinto sin salida. ¿Te parece que la oficina es una jaula dorada? Pues imagina lo que significa estar fuera y darte cuenta de que el mundo también es una jaula, solo que sin el dorado reconfortante.

Ah, Félix, las personas somos tan predecibles. Nos aferramos a estas ilusiones de felicidad temporal como si fueran la salvación de nuestras vidas insulsas. Pero, ¿sabes qué? Me encanta observar desde mi rincón antisocial cómo los otros construyen castillos de arena en el aire, solo para verlos desmoronarse cuando la realidad los golpea con la fuerza de un huracán.

En fin, supongo que debería desearte felices fiestas o algo por el estilo. Pero, sinceramente, desear felicidad a los demás me resulta tan ajeno como cantar villancicos en pleno verano. Así que, en lugar de eso, te deseo una buena dosis de realismo para sobrevivir a esta temporada de sueños efímeros y consumismo desenfrenado.

Con mi usual falta de entusiasmo navideño,

Rebeca Jiménez

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