¡Te tengo noticias emocionantes! He tenido una visita extraordinaria al principal monasterio budista de Shangri-La en las Montañas Kunlun.
Te cuento cómo empezó todo. Decidí aventurarme por las calles de la ciudad en búsqueda de lo desconocido. Después de investigar en internet y hablar con algunos lugareños, me enteré de la existencia de este antiguo monasterio fundado por el mismísimo Padmasambhava. No podía resistirme a la idea de visitar un lugar tan especial, así que me armé de valor y me dirigí allí.
En cuanto puse un pie en el monasterio, supe que estaba en un lugar mágico. La arquitectura tradicional del monasterio era simplemente impresionante, con sus intrincados detalles y sus vibrantes colores. Los patios estaban adornados con árboles frutales exóticos que parecían sacados de un sueño. ¡Y qué decir de los monjes budistas que me saludaban con sonrisas amistosas y monjes más pequeños correteando por los jardines! ¡Era como estar en una de esas obras que nos mostraste en clase!
Me encontré con un monje llamado Tenzin, quien me sirvió de guía en mi recorrido por el monasterio. Su sabiduría y su sentido del humor me hicieron sentir bienvenida desde el principio. Me contó las leyendas sobre la fundación del monasterio por parte de Padmasambhava, y cómo este lugar se considera uno de los centros espirituales más importantes del budismo del Himalaya. Pero también me reveló algunos secretos peculiares del monasterio.
Resulta que los monjes de Shangri-La son expertos en el cultivo de frutas exóticas. Tienen su propio huerto donde cultivan mangos, lichis, maracuyás y otras frutas deliciosas que no esperaría encontrar en un monasterio budista. ¡Incluso me ofrecieron probar algunas de ellas y fue como una explosión de sabores exóticos en mi boca!
Pero eso no fue lo único sorprendente. Resulta que los monjes también son expertos en la elaboración de mermeladas caseras con las frutas que cultivan. ¡Imagina mi sorpresa cuando me ofrecieron degustar una mermelada de maracuyá hecha por ellos mismos! No pude resistirme y la probé. ¡Fue una experiencia celestial! ¡Tan dulce y exótica que me hizo sentir como si estuviera en el paraíso!
El humor también es una parte integral de la vida en Shangri-La. Los monjes tienen un sentido del humor juguetón y bromista que me hizo reír a carcajadas en más de una ocasión. Incluso me enseñaron algunos chistes y adivinanzas en su idioma, aunque mi pronunciación era bastante deficiente y los monjes se rieron aún más. Pero eso solo hizo que la experiencia fuera más divertida y alegre.
Una de las anécdotas más graciosas que viví fue cuando me uní a un grupo de monjes en una sesión de meditación. Estaba emocionada de experimentar la serenidad y la paz que se supone que la meditación budista te brinda, pero no sabía que también implicaría un gran desafío para mi concentración.
Los monjes se sentaron en posición de loto en el patio del monasterio, y yo los imité lo mejor que pude. Pero, para mi sorpresa, los árboles frutales exóticos que adornaban el patio comenzaron a llamar mi atención. Había un árbol de mango cargado de frutas maduras, y no pude evitar que mi mente divagara hacia la idea de saborear uno de esos jugosos mangos.
Mi estómago comenzó a gruñir y mi mente se llenó de imágenes de mango en mi imaginación. Intenté concentrarme en mi respiración, como los monjes me habían enseñado, pero cada vez que inhalaba, el aroma del mango maduro llegaba a mis fosas nasales, tentándome aún más. Fue una verdadera prueba para mi autocontrol.
De repente, uno de los monjes, el joven Kunga, notó mi lucha interna y sonrió. Se acercó sigilosamente y me susurró al oído: "¿Tienes hambre de iluminación o de mango?" Me sorprendió su astuta observación y su sentido del humor. No pude contener una risa mientras asentía con la cabeza, admitiendo que mi mente estaba más preocupada por los mangos que por la meditación.
Kunga me guiñó un ojo y me hizo una señal para que lo siguiera. Me llevó a un rincón secreto del monasterio donde había una pequeña parcela de mangos. Me explicó que los monjes cultivaban estos mangos como una indulgencia ocasional para satisfacer sus antojos terrenales. Me ofreció uno y lo acepté con gratitud.
¡Oh, fue una experiencia increíble! El mango era jugoso, dulce y exótico, como si estuviera saboreando el fruto de la iluminación misma. Me reí con deleite mientras Kunga y yo compartíamos el mango, disfrutando de ese momento en medio de la serenidad del monasterio.
Desde ese momento, Kunga se convirtió en mi guía y amigo en Shangri-La. Me mostró todos los rincones secretos del monasterio y me contó más historias y leyendas sobre Padmasambhava y la vida en el monasterio. Su humor y su amabilidad hicieron que mi visita fuera inolvidable.
Mi tiempo en Shangri-La llegó a su fin, y me despedí de Kunga y los demás monjes con un corazón lleno de gratitud y risas. Aprendí que la espiritualidad no tiene por qué ser aburrida y seria, sino que puede estar llena de alegría y humor. Me fui del monasterio con el alma renovada, con recuerdos de la belleza arquitectónica, los exóticos árboles frutales y las risas compartidas con los monjes.
Así que, mi querido Félix, esa fue mi aventura en el monasterio budista tibetano de Shangri-La. Un lugar que combina la espiritualidad con la belleza, donde descubrí que la iluminación y los antojos terrenales pueden coexistir de manera armoniosa. Aunque no logré alcanzar la plena concentración en la meditación, aprendí la importancia de no tomarme a mí misma demasiado en serio y permitirme disfrutar de los placeres simples de la vida.
Así concluye mi historia de mi visita al monasterio budista de Shangri-La. Espero que hayas disfrutado de mi relato y que te haya sacado una sonrisa. ¡Quizás algún día tú también puedas visitar este maravilloso lugar! Hasta entonces, te envío mis mejores deseos de paz y alegría en tu camino espiritual.
Con cariño
Rebeca Jiménez
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