En este último tramo de la tardomodernidad, la invención del Hombre Nuevo no toma ya el aspecto revolucionario, subversivo y milenarista que tenía a principios del siglo XX. Es más bien conformista y conservadora y debería estar claro para todos que es ahora un ideario de derechas. Pasó de ser una tentativa mesiánica a ser un consenso tácito. En el arte y la literatura es donde esta transformación está más clara. La misma clase social que hace casi un siglo arrojaba objetos al escenario en el estreno de La consagración de la primavera es la que ahora hace cola en los museos para contemplar obras infinitamente más irracionales que aquel ballet. Los mismos funcionarios que antes excluían de los salones de pintura a los cubistas y los fauves son los que ahora organizan el festival ARCO. Los mismos académicos que antes eran capaces de condenar por oscuro al mismísimo Góngora son los que ahora dirigen tesis sobre los poetas más incomprensibles del mundo.
Antes de cerrar este apartado quiero señalar una curiosa contradicción que creo que nadie advierte. En lo que se refiere a eso que suele llamarse el patrimonio nacional, parece que hemos llegado a aceptar que sea la izquierda la que defiende ese patrimonio y que la derecha no tenga ningún respeto por el pasado y la tradición, cosa que hubiera resultado muy sorprendente hace poco más de un siglo. En cambio, en lo que se refiere al arte y la poesía como tales, tanto la izquierda como la derecha se constituyen en paladines de lo moderno (en sentido estrecho). Claro que aplaudir lo moderno no implica necesariamente repudiar lo antiguo. El romanticismo por ejemplo pudo compaginar esos dos cultos. Y en efecto nuestros críticos y nuestros guías de opinión de hoy suelen evitar el desprecio abierto por los antiguos, tal como se encontraba en los primeros tiempos de las vanguardias y todavía hoy en los ex abruptos no controlados de los artistas y poetas doctrinariamente modernos. Pero esos ex abruptos nos indican que si los cautelosos especialistas evitan esos signos de desprecio, es porque efectivamente los evitan, pero ese desprecio está implícito en esa visión del arte, en la que todo asomo de formas, procedimientos, estilos, temas o valores antiguos o tradicionales se juzga como una mancha y se evita aplicadamente, tanto en la crítica como en la creación. Lo que quiero señalar como curiosidad es que, en su defensa del patrimonio, la izquierda puede llegar a resistir al argumento de la modernidad intocable, mientras que, en cuanto a la poesía y el arte, ni la derecha ni la izquierda se atreverían a resistir, defendiendo algún rasgo antiguo, al argumento de la modernidad intocable.
Retomando el hilo, diré que puede pensarse que en esta actitud conformista parece estar implícito que efectivamente el Hombre Nuevo puebla ya el planeta. El Hombre Nuevo es el homo consummens. La suplantación, en el terreno político, de lo que antes era la sociedad de ciudadanos por lo que ahora es la sociedad de consumidores es el correlato, en el terreno del arte y la poesía, de lo que antes era el usuario de las obras de creación por lo que ahora es su contemplador mudo; no un interlocutor sino una especie de cliente, frente al cual no se trata de satisfacer su apetito, sino de crear ese apetito, incitándolo con lo único que puede renovar indefinidamente ese apetito de arte, que es la curiosidad.
Antes de cerrar este apartado quiero señalar una curiosa contradicción que creo que nadie advierte. En lo que se refiere a eso que suele llamarse el patrimonio nacional, parece que hemos llegado a aceptar que sea la izquierda la que defiende ese patrimonio y que la derecha no tenga ningún respeto por el pasado y la tradición, cosa que hubiera resultado muy sorprendente hace poco más de un siglo. En cambio, en lo que se refiere al arte y la poesía como tales, tanto la izquierda como la derecha se constituyen en paladines de lo moderno (en sentido estrecho). Claro que aplaudir lo moderno no implica necesariamente repudiar lo antiguo. El romanticismo por ejemplo pudo compaginar esos dos cultos. Y en efecto nuestros críticos y nuestros guías de opinión de hoy suelen evitar el desprecio abierto por los antiguos, tal como se encontraba en los primeros tiempos de las vanguardias y todavía hoy en los ex abruptos no controlados de los artistas y poetas doctrinariamente modernos. Pero esos ex abruptos nos indican que si los cautelosos especialistas evitan esos signos de desprecio, es porque efectivamente los evitan, pero ese desprecio está implícito en esa visión del arte, en la que todo asomo de formas, procedimientos, estilos, temas o valores antiguos o tradicionales se juzga como una mancha y se evita aplicadamente, tanto en la crítica como en la creación. Lo que quiero señalar como curiosidad es que, en su defensa del patrimonio, la izquierda puede llegar a resistir al argumento de la modernidad intocable, mientras que, en cuanto a la poesía y el arte, ni la derecha ni la izquierda se atreverían a resistir, defendiendo algún rasgo antiguo, al argumento de la modernidad intocable.
Retomando el hilo, diré que puede pensarse que en esta actitud conformista parece estar implícito que efectivamente el Hombre Nuevo puebla ya el planeta. El Hombre Nuevo es el homo consummens. La suplantación, en el terreno político, de lo que antes era la sociedad de ciudadanos por lo que ahora es la sociedad de consumidores es el correlato, en el terreno del arte y la poesía, de lo que antes era el usuario de las obras de creación por lo que ahora es su contemplador mudo; no un interlocutor sino una especie de cliente, frente al cual no se trata de satisfacer su apetito, sino de crear ese apetito, incitándolo con lo único que puede renovar indefinidamente ese apetito de arte, que es la curiosidad.
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