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Algunos matices nuevos en mis viejas ideas.

Y antes había dicho que el Estado democrático se funda en el borrado de lo que Oberón llamó "el hecho diferencial". La invención de la democracia es la invención del ciudadano. El definirse como la asociación de los ciudadanos, el Estado impone a esos ciudadanos borrar el "hecho diferencial", por ejemplo muy visiblemente lo que Rancière llama la "filiación" y el evidente "hecho diferencial" de la riqueza. La democracia establece que un ciudadano pobre y uno rico son "iguales ante la ley". Y ésa es una condición absoluta, sin excepciones ni grados, para que un Estado pueda llamarse democrático.
Pero esas diferencias tienen que ser borradas, porque es evidente que la sociedad real es un conglomerado de "hechos diferenciales". Sólo por mala fe podría negarse, por ejemplo, que Jennifer Connelly es más guapa que Elba Ester Gordillo y yo más inteligente que Vicente Fox. Pero es apabullantemente claro que ni Jennifer Connelly ni yo tenemos más derechos que esos adefesios. Cuando se proclaman los derechos del hombre y del ciudadano, hay que entender "derechos" en sentidos diferentes para el hombre y para el ciudadano. En una democracia, los derechos del hombre se respetan, los del ciudadano se ejercen.
Y aquí es donde está la cuestión más sutil de las relaciones entre el Estado y la sociedad. Porque el derecho del hombre, del ser que vive "naturalmente" en sociedad, es el derecho a realizar sus «hechos diferenciales». Pero no es lo mismo realizar que ejercer, en lo cual se ve claramente la circunstancia de que los derechos del hombre no provienen del Estado, sino de la tradición, de las costumbres, de la "filiación", incluso de la religión y de la raza. El Estado por lo tato no puede otorgar esos derechos, sino sólo reprimirlos.
No es el Estado el que puede hacerme católico o musulmán; sólo puede respetar o no mi derecho a ser lo uno o lo otro; pero puede prohibirme cercenar el clítoris de las mujeres si mi religión me lo pide.
O sea que la sociedad de por sí no es "democrática", por lo menos en el sentido en que lo es el Estado democrático. En el ámbito del Estado (de la ley, del derecho), Jennifer Connelly no es ni más ni menos guapa que Elba Ester Gordillo. Pero ningún gobierno podrá lograr nunca que la una no sea infinitamente más guapa que la otra. Pero lo que sí puede lograr es que el agente fiscal no le cobre sus impuestos a la una por ser tan guapa o que el médico social no cure a la otra por tan fea. Un gobierno debería incluso prohibir que una aerolínea privada le regale un boleto a Jennifer Connelly sólo por ser guapa o famosa, o que un hospital privado rechace a un enfermo sólo por ser pobre.
Aquí se ve el carácter profundamente antidemocrático de la llamada "sociedad de mercado" –o sea del Estado que apuntala una "sociedad de mercado". Porque el Estado (democrático) no puede impedir que en la sociedad "natural" unos hombres sean más ricos que otros, gracias a una organización en que unos hombres son empleadores y otros hombres son empleados. Pero la misión –y la justificación– del Estado (democrático) es borrar en el nivel de la ley ese hecho diferencial. O sea –por escandaloso que suene a los oídos neoliberales– reprimir el lucro como se reprime la ablación del clítoris. El hombre social tiene "derecho" a enriquecerse como tiene "derecho" a cercenar los clítoris que su religión le pide. Pero la idea de democracia no tiene sentido si ese hombre no acepta hacerse ciudadano renunciando a cercenar clítoris y a acumular capital.
T.S.

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