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La izquierda moderna no ha sabido poner de manifiesto una contradicción insoluble, estructural, que la derecha moderna oculta cuidadosamente. Es que su idea de la libertad (la libertad como libertad del mercado) la obliga a postular una lucha entre el Estado y la “libertad”. A la vez, su necesidad de asegurarse el poder, unida a su necesidad de defender en su base el orden establecido, la obliga a mantener el Estado, sin el cual la libertad del mercado no sería posible, porque disgregaría rápidamente la sociedad.
Eso es lo que hace que la derecha moderna sea efectivamente demócrata: se ha curado de la tentación totalitaria, que el final se mostró desastrosa para los negocios. Si a eso vamos, también la izquierda despertó del sueño totalitario, que al final resultó desastroso para la justicia. Incluso si eso es lo que hace que ella también sea efectivamente demócrata, es increíble que deje a la derecha andar propalando que ella es la defensora de la democracia. La derecha no es originariamente demócrata, se ha convertido a la democracia en épocas recientes, cuando pudo apoderarse espuriamente del epíteto de “liberal” y pudo reducir la idea del liberalismo democrático, y la idea misma de libertad, a la idea de libertad de comerciar. Mientras que la izquierda fue originariamente democrática, creó propiamente la idea de democracia, y por eso lícito decir, digan lo que digan los Fox y hasta Savater, que el totalitarismo de izquierda fue efectivamente una desviación. Es lo que se ve en el hecho de que el marxismo es una idea, una idea racional, incluso si nos parece equivocada, e incluso el marxismo stalinista es por eso la desviación de una idea, mientras que el nazifascismo no es una idea, ni desviada ni sin desviar, sino una increíble estupidez sostenida por la fuerza bruta.
La izquierda debería dejar siempre claro que no se trata de discutir quién es más demócrata y quién es menos demócrata, sino cuál es la tarea de la democracia (y después, en todo caso, se podrá concluir de eso quién es más y quién es menos). La izquierda ha ido perdiendo posiciones estos tiempos porque ha aceptado que la misión esencial de la democracia es asegurar la prosperidad económica –la “riqueza de las naciones”, tema obviamente “liberal”. La democracia, como toda forma de poder, se justifica en la misión de tomar a su cargo la realización de los valores humanos. Algunos de esos valores son más humanos que otros –quiero decir más exclusivos del hombre por contraste con otras especies biológicas. La satisfacción de necesidades o apetitos es sin duda un valor, pero un valor que compartimos con todos loa animales. En cambio el deseo de justicia, y su corolario, el ideal de igualdad, es puramente humano. Por eso también es más “democrático”. La “riqueza de las naciones” está en el programa de todos los regímenes, democráticos o antidemocráticos. La búsqueda de la igualdad en cambio es exclusiva de los regímenes democráticos.
El deseo de justicia emana evidentemente del “pueblo”, o sea de la sociedad misma (sin duda es uno de los atributos, quizá uno de los pocos esenciales, que la hacen humana). Pero es fácil distraer al “pueblo” de ese deseo suyo hipnotizándolo con perceptivas de satisfacción de sus apetitos. En estos tiempos de sociedades mediáticas, sabemos el enorme poder que pueden tener esos hipnotismos. Me parece evidente que así ha procedido el avance de la derecha neoliberal. Enseñarle a un ciudadano en la televisión doscientas veces al día la imagen de un coche nuevo presentada por una chica hermosa es la mejor manera de lograr que relegue (o que olvide del todo) sus preocupaciones por la pobreza en nuestro país, los enfermedades en África o la desprotección de los ancianos o los inmigrantes. Y si además se añaden a eso unos granos de identidad nacional, de sentimientos patrióticos y de xenofobia, tenemos derecha para rato.

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