No sé si atreverme a recomendar la lectura el artículo de Vargas Llosa en El País (1 de junio). Es sin duda ilustrativo: si usted quiere enterarse de cómo razona el neoliberalismo, no encontrará más claro ejemplo. Pero yo soy partidario de tener algún respeto a los que consideramos equivocados, y si usted lee este artículo corre el riesgo de no volver a tomar jamás mínimamente en serio nada que huela vagamente a neoliberalismo. Ese artículo nos restriega por las narices el edificante ejemplo de un magnate peruano que empezó a los 12 años lavando coches y ahora es dueño de un gran emporio textil que “da empleo” a 5 000 personas. Eso de “dar empleo” es la manera neoliberal de describir una situación que también se podría describir diciendo que saca su enriquecimiento de 5 000 personas, lo cual se parece mucho más a tomar que a dar. Pero es evidente que los miles de costureras que seguramente trabajan para este magnate no se dejan el lomo muchas horas al día por el noble empeño de hacerlo millonario, mientras que a un neoliberal le parece como si el industrial sólo se enriqueciera para hacer la felicidad de sus empleados.
Pero lo más estupefaciente del artículo son las conclusiones: de esto se deduce que si los pobres son pobres es porque no “se esfuerzan” lo suficiente y no son bastante inteligentes. Total: que el que es pobre se lo tiene bien merecido. Aun así, el alma neoliberal es tan generosa, que no nos escatima la receta para sacarlos de su merecida pobreza. Es fácil: basta con que todos “se esfuercen” como el magnate peruano y sean tan inteligentes como él (sin duda quiere decir tan astutos). Es difícil saber cómo podría entonces cada ciudadano, esforzada e inteligentemente enriquecido, “dar” empleo a otros 5 000, cado uno de los cuales estaría a su vez “dando” empleo a otros tantos (o sea necesitando a otros tantos para enriquecerse), pero eso son detalles que no empañan la lucidez del razonamiento. Ahora bien: ¿se imaginan un país donde todos son Azcarragas? Es evidente que para que haya un Azcarraga es necesario que haya muchos miles de ciudadanos que no sean Azcarraga ni tengan la menor probabilidad de llegar a serlo, y que serán usados (dicho de otra manera, empleados) por Azcarraga para hacerse millonario. Sin contar con todos los robos directos, marrullerías y otros delitos escondidos que rara vez faltan en la carrera de un millonario. En fin, si usted se siente suficientemente maduro y equilibrado, lea ese artículo; pero si tiene alguna duda sobre sus defensas inmunológicas, mejor absténgase: podría contraer un dogmatismo antiliberal crónico que le deje sordo para cualquier silogismo del libre mercado.
Pero lo más estupefaciente del artículo son las conclusiones: de esto se deduce que si los pobres son pobres es porque no “se esfuerzan” lo suficiente y no son bastante inteligentes. Total: que el que es pobre se lo tiene bien merecido. Aun así, el alma neoliberal es tan generosa, que no nos escatima la receta para sacarlos de su merecida pobreza. Es fácil: basta con que todos “se esfuercen” como el magnate peruano y sean tan inteligentes como él (sin duda quiere decir tan astutos). Es difícil saber cómo podría entonces cada ciudadano, esforzada e inteligentemente enriquecido, “dar” empleo a otros 5 000, cado uno de los cuales estaría a su vez “dando” empleo a otros tantos (o sea necesitando a otros tantos para enriquecerse), pero eso son detalles que no empañan la lucidez del razonamiento. Ahora bien: ¿se imaginan un país donde todos son Azcarragas? Es evidente que para que haya un Azcarraga es necesario que haya muchos miles de ciudadanos que no sean Azcarraga ni tengan la menor probabilidad de llegar a serlo, y que serán usados (dicho de otra manera, empleados) por Azcarraga para hacerse millonario. Sin contar con todos los robos directos, marrullerías y otros delitos escondidos que rara vez faltan en la carrera de un millonario. En fin, si usted se siente suficientemente maduro y equilibrado, lea ese artículo; pero si tiene alguna duda sobre sus defensas inmunológicas, mejor absténgase: podría contraer un dogmatismo antiliberal crónico que le deje sordo para cualquier silogismo del libre mercado.
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