INTELIGENCIA: PROPIEDAD PRIVADA
No se puede poner en duda que el problema haya sido bien planeado. A todo el mundo parece importarle bastante la inteligencia propia, la de sus hijos y la de los candidatos a puestos publicos. Ser inteligente está bien considerado; ser "buena persona", "tener voluntad" son cualidades reconocidas, pero en realidad se supone que el bueno lo es porque no le toca otro remedio, porque es tonto; y el voluntarioso suple con voluntad lo que le falta de inteligencia.
Independientemente de las morales oficiales, la moral de uso es la de la inteligencia: el que vale, vale y el que no... Con este interés general es lógico que los padres empiecen a espiar las inteligencias de sus hijos desde que nacen, siguiendo las magistrales lecciones de Piaget o las modestas apreciaciones del pediatra de "pago". Y la inteligencia empieza a cumplir así su papel desde el primer momento: es una cualidad personal e intransferible, un documento de identidad que garantiza el éxito o justifica el fracaso y todo ello dentro de los más puros y limpios límites del individualismo estricto. Esta propiedad privada, este capital es, como las demás propiedades, como los demás capitales, heredable. O por lo menos eso se pretende. De tal manera que, como los tests demuestran estadísticamente que las clases de escasos recursos son menos inteligentes y la inteligencia es heredada, los pobres seguirán siéndolo para siempre.
Para completar la puesta en escena, se supone que el éxito económico y social, el "ascenso" está en función de méritos propios entre los cuales la inteligencia es básica.
No hay como ser el autor del guión para que la película acabe como uno quiere. (Continúa...)
No se puede poner en duda que el problema haya sido bien planeado. A todo el mundo parece importarle bastante la inteligencia propia, la de sus hijos y la de los candidatos a puestos publicos. Ser inteligente está bien considerado; ser "buena persona", "tener voluntad" son cualidades reconocidas, pero en realidad se supone que el bueno lo es porque no le toca otro remedio, porque es tonto; y el voluntarioso suple con voluntad lo que le falta de inteligencia.
Independientemente de las morales oficiales, la moral de uso es la de la inteligencia: el que vale, vale y el que no... Con este interés general es lógico que los padres empiecen a espiar las inteligencias de sus hijos desde que nacen, siguiendo las magistrales lecciones de Piaget o las modestas apreciaciones del pediatra de "pago". Y la inteligencia empieza a cumplir así su papel desde el primer momento: es una cualidad personal e intransferible, un documento de identidad que garantiza el éxito o justifica el fracaso y todo ello dentro de los más puros y limpios límites del individualismo estricto. Esta propiedad privada, este capital es, como las demás propiedades, como los demás capitales, heredable. O por lo menos eso se pretende. De tal manera que, como los tests demuestran estadísticamente que las clases de escasos recursos son menos inteligentes y la inteligencia es heredada, los pobres seguirán siéndolo para siempre.
Para completar la puesta en escena, se supone que el éxito económico y social, el "ascenso" está en función de méritos propios entre los cuales la inteligencia es básica.
No hay como ser el autor del guión para que la película acabe como uno quiere. (Continúa...)
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