Reloj de sombras
El tiempo no pasa:
nos atraviesa,
como un río negro que no recuerda
a quién arrastró en su corriente.
Fluye sin música,
pero en su cauce se pierden
las voces que amamos,
los gestos que olvidamos tener.
El tiempo no pregunta,
talla arrugas en la frente
como un escultor ciego
que trabaja sobre mármol dormido.
Nos deja cenizas y espejos rotos,
un par de canciones que ya no duelen,
fotografías donde aún respiramos
como si la eternidad
fuese un hábito posible.
Nos quita sin aviso.
El nombre de un amigo muerto,
la risa de alguien
que ya no sabríamos reconocer en la calle.
Nos roba sin violencia,
con la elegancia
de un ladrón que ya vivía en casa.
Y sin embargo, enseña:
que nada es nuestro,
que todo arde,
que el amor se mide
en lo que permanece después del incendio.
El tiempo es un maestro cruel
que cobra caro cada lección.
Nos enseña a soltar,
a olvidar sin culpa,
a mirar el crepúsculo sin esperanza,
y aun así,
esperar.
Porque en su vacío,
algo florece:
la sabiduría muda del que perdió,
la belleza gastada del que resistió,
y la certeza de que incluso
la sombra
es una forma
de luz.
OA
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