Por TPS
Patricio era un hombre convencido de una verdad inquebrantable: "Con dinero baila el perro". Esta frase, que repetía con una sonrisa socarrona y un brillo de autocomplacencia en los ojos, era su brújula moral, su filosofía de vida y su excusa para todo.
Desde joven, Patricio entendió que el esfuerzo honesto era para los ilusos. "¿Para qué perseverar cuando puedes ser más listo?", pensaba mientras intercambiaba calificaciones por dinero en la secundaria. Así, con esa mentalidad, fue ascendiendo en la vida, no por méritos propios, sino porque sabía cuándo halagar al jefe y cuándo desviar fondos sin dejar rastro.
El caso de los terrenos de la abuelita fue uno de sus grandes "triunfos". Aprovechando su posición como el nieto favorito por ser el más “exitoso”, convenció a la señora de firmar unos papeles que "simplificarían los trámites familiares". La abuelita, confiada, firmó con una sonrisa, sin saber que acababa de "donarle" sus terrenos al nieto más gandalla de la familia.
En el trabajo, Patricio también destacaba, pero no por su desempeño. Sus habilidades incluían sabotear a compañeros, filtrar rumores estratégicos y atribuirse ideas ajenas. "El que no tranza, no avanza", decía mientras veía cómo otros se quedaban atrás, enredados en principios éticos.
Sin embargo, la vida, caprichosa como es, no siempre recompensa al más astuto. Cierto día, mientras navegaba en redes sociales, Patricio se topó con un anuncio de un curso llamado "El arte de manifestar tus sueños". Decidió inscribirse, más por ambición que por convicción, convencido de que, con su ingenio, podría manipular el universo para obtener aún más de lo que ya tenía.
El curso era dirigido por un autoproclamado gurú que hablaba de "vibraciones cósmicas" y "alineación energética". Patricio, quien siempre había desconfiado de esas cosas, decidió aplicar lo aprendido a su manera. "Si puedo hacer que la gente haga lo que quiero con dinero, ¿qué no puedo lograr con el universo de mi lado?", se decía.
Así que comenzó a manifestar.
Visualizó un nuevo ascenso en su trabajo. Al día siguiente, llegó una auditoría que reveló sus desvíos y se volvió prófugo de la justicia.
Soñó con expandir sus propiedades. A la semana, los familiares enfurecidos lo demandaron y lograron recuperar lo que era suyo.
Fantaseó con convertirse en todo un playboy, rodeado de lujos, mujeres y autos deportivos. A los pocos meses, se encontró sin dinero, y su reputación de farsante se extendió como chisme en vecindad: rápido, ruidoso y devastador.
Patricio, desconcertado, busco al gurú para pedirle una explicación.
—¿Por qué no funcionó? —preguntó, casi histérico.
El gurú lo miró con una sonrisa beatífica y respondió:
—Porque el universo no solo escucha deseos, amigo mío. Devuelve lo que das y recompensa lo que haces.
Patricio salió de ahí enfurecido, maldiciendo al gurú, al universo y a los perros bailarines que jamás le habían fallado antes. Ahora, sin dinero, sin terrenos y sin aliados, Patricio se dio cuenta de algo que nunca había considerado: mientras él manipulaba y engañaba, otros construían.
Al final, cuando todo se desmorona, lo único que queda son los cimientos que uno mismo ha levantado. Y Patricio, lamentablemente, solo había construido castillos en el aire.
Moraleja:
El que confía en atajos, pronto encuentra caminos sin salida. Los perros pueden bailar con dinero, pero la plenitud sólo se logra con constancia y honestidad.
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