Inventario de sombras
Alguna vez fui muchos nombres
en labios que ya no me recuerdan.
Los llevo conmigo como espejos rotos,
como cartas sin dirección
que el viento insiste en traer de vuelta.
Los trágicos,
los que ardieron demasiado rápido,
dejando cicatrices en mi piel
que solo se leen a contraluz.
Sus voces aún rondan mis noches,
un eco de promesas sin casa,
de besos que se quebraron
antes de tocar el suelo.
Los que murieron de nada,
como un cigarro olvidado en la lluvia,
desvaneciéndose sin fuego ni ceniza.
Nos volvimos extraños sin escándalo,
sin una última palabra que doliera,
sin siquiera notar
el momento exacto en que nos fuimos.
Los amargos,
los que dejaban el amor en la boca
como un trago de veneno lento.
Con ellos aprendí
que la ternura también puede ser un arma,
que a veces el amor
es solo un largo adiós
dicho en voz baja.
Los sencillos,
los que llegaron como canciones
y se fueron como susurros.
Nunca prometieron nada
y aún así dejaron su rastro,
como el olor de la lluvia en la tierra,
como la luz que queda en los ojos
después de mirar el sol.
Y los únicos,
los que fueron hogar y exilio,
los que aún viven en el tacto de mis manos,
en las calles que no me atrevo a cruzar.
A ellos los busco en el reflejo de los trenes,
en la brisa que me toca sin aviso,
en los gestos ajenos
que de pronto
me devuelven sus rostros.
La distancia todo lo disfraza de nostalgia,
todo lo viste de deseo inconcluso.
Pero el amor nunca muere,
solo se queda quieto en la memoria,
esperando que una noche cualquiera
lo llame de vuelta
y me susurre su nombre al oído.
OA
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