![]() |
De ProtoplasmaKid - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=149082298 |
Por MFTX
En el corazón de Xochimilco, donde el vaivén de las trajineras y el aroma de las flores embriagan los sentidos, se alza un templo que no solo es un testigo mudo de los siglos, sino un emblema vivo del sincretismo cultural de México: el Templo de San Bernardino de Siena. Esta joya arquitectónica, construida en el siglo XVI por los franciscanos, no solo representa el encuentro entre dos mundos, sino también la resistencia y el ingenio de un pueblo que, desde entonces, ha encontrado formas únicas de preservar su identidad.
Un pasado que murmura historias
El Templo de San Bernardino de Siena fue fundado alrededor de 1535, en una época en la que los frailes franciscanos llegaban a Xochimilco con la misión de evangelizar a los pueblos originarios. La edificación, hecha con piedra volcánica y tezontle, refleja la adaptación de las técnicas indígenas a los nuevos requerimientos de la fe católica. ¿Quién podría imaginar las manos xochimilcas, acostumbradas a modelar chinampas, moldeando con igual maestría los muros de este templo?
El templo no solo cumplía una función religiosa; era también un punto estratégico en la organización del territorio durante la colonia. Las festividades y rituales que allí se realizaban eran el corazón de la vida comunitaria. Al recorrerlo hoy, sus muros parecen susurrar historias de resistencia, de diálogo entre cosmovisiones y, sobre todo, de continuidad.
La arquitectura: un diálogo entre mundos
El Templo de San Bernardino de Siena combina las técnicas constructivas prehispánicas con los estilos arquitectónicos traídos por los frailes franciscanos. Su estructura, predominantemente de piedra volcánica y tezontle, refleja no solo los recursos disponibles en la región, sino también la habilidad de los artesanos indígenas para adaptarse a las demandas de un nuevo contexto cultural. La fachada principal, de estilo renacentista, es sobria pero imponente, y está decorada con detalles geométricos que parecen dialogar con los patrones ornamentales utilizados por los pueblos originarios en su arte ritual.
En el interior, el diseño es igualmente fascinante. La nave principal, de proporciones amplias, está delineada por gruesos muros que dan la impresión de fortaleza, un rasgo típico de los templos franciscanos del siglo XVI. La disposición del espacio refleja un interés por inculcar en los fieles la solemnidad y el recogimiento propios de la fe católica. Sin embargo, no se puede ignorar la influencia indígena en ciertos elementos decorativos, como los motivos florales tallados en piedra, los Chalchihuites de la fachada o las representaciones de craneos, que evocan el simbolismo mesoamericano.
El retablo principal, aunque más tardío en su ejecución, es un ejemplo notable del barroco mexicano. Tallado en madera con una recubierta de hoja de oro y adornado con imágenes de santos y ángeles, combina una estética recargada con un sentido de verticalidad que guía la mirada del fiel hacia el cielo, reforzando la conexión espiritual. Este retablo es una obra de arte en sí misma y un testimonio del talento de los artistas indígenas y novohispanos que contribuyeron a embellecer el templo.
Una particularidad que rara vez se menciona es la existencia de una capilla abierta en el lado sur del templo, utilizada originalmente para las celebraciones religiosas al aire libre. Este espacio, diseñado para congregar a un mayor número de fieles, era especialmente útil en los primeros años de la evangelización, cuando los habitantes de Xochimilco se acostumbraban a las nuevas prácticas religiosas. Hoy, aunque en desuso, sigue siendo un recordatorio de cómo el diseño arquitectónico se adaptó a las necesidades de una sociedad en transformación.
Además, las recientes investigaciones del INAH han revelado detalles ocultos en la arquitectura del templo. Bajo las capas de cal y pintura que se han acumulado con el tiempo, se han identificado murales y frescos que, aunque deteriorados, ofrecen pistas sobre el estilo artístico predominante en los primeros años de su construcción. Estos fragmentos pictóricos, que incluyen escenas religiosas y patrones decorativos, son una ventana al pasado que demuestra cómo los artesanos locales interpretaron la iconografía cristiana a través de su propia perspectiva cultural.
Apochquiyauhtzin
La construcción del Templo de San Bernardino de Siena no habría sido posible sin la colaboración de importantes líderes indígenas, como el cacique Apochquiyauhtzin o Luis Martín Cortés Cerón de Alvarado (ya bautizado por los españoles), gobernante de Xochimilco durante los primeros años de la colonización española. Apochquiyauhtzin, quien inicialmente resistió la conquista, posteriormente se convirtió en un aliado clave para los españoles, facilitando la transición cultural en la región. Bajo su liderazgo, los habitantes de Xochimilco aportaron tanto mano de obra como conocimientos técnicos para levantar el templo, integrando elementos arquitectónicos de sus propias tradiciones. Esta participación no solo muestra el impacto del poder político indígena en la época colonial, sino también su capacidad para negociar y adaptarse a los cambios drásticos que trajo consigo la llegada de los europeos
Un legado sostenido por su gente
El Templo de San Bernardino no sería lo que es sin la comunidad de Xochimilco. Cada año, las festividades en honor al santo patrono reúnen a habitantes que, a través de danzas, música y procesiones, mantienen vivas las tradiciones que sus ancestros les legaron. Estas celebraciones, que mezclan prácticas católicas con rituales indígenas, son una ventana al pasado y un recordatorio del sincretismo que define la identidad mexicana.
Los "mayordomos", guardianes de las tradiciones, dedican su tiempo y esfuerzo a la organización de estas festividades. Su compromiso no solo es una muestra de fe, sino un acto de resistencia cultural frente a los cambios vertiginosos que trae consigo la modernidad.
Un tesoro por redescubrir
¿Qué significa, hoy, conservar un espacio como el Templo de San Bernardino? ¿Qué nos dice sobre nuestra historia y nuestras raíces? Estas preguntas nos deberían ayudar a pensar sobre el papel del patrimonio cultural en nuestras vidas. Caminar por los pasillos de este templo es adentrarse en un viaje sensorial: el eco, la textura de las piedras ancestrales, el aroma de las flores que decoran sus altares.
Sin embargo, este patrimonio no está libre de retos. El paso del tiempo, los desastres naturales y la negligencia han dejado cicatrices en su estructura. ¿Cómo podemos, como sociedad, garantizar que este tesoro perdure para las generaciones futuras?
El Templo de San Bernardino de Siena no es solo un edificio; es un testimonio vivo de la capacidad de los pueblos para adaptarse, resistir y florecer. Es una oportunidad para redescubrir Xochimilco desde una perspectiva más profunda, reconociendo que en cada piedra, en cada celebración, hay un fragmento de nuestra historia colectiva.
Cuando visites Xochimilco, más allá de las trajineras y las flores, detente un momento frente a este templo. Deja que su historia te envuelva, que su legado te inspire y que, por un instante, te conecte con las raíces profundas de esta tierra mágica. ¿Qué nos dirían esos muros si pudieran hablar? Quizá nos recordarían que, como ellos, somos parte de algo más grande: un entramado de memoria, tradición y humanidad.
Comentarios