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HISTORIA DESDE EL ABISMO: La fascinación por el cine de terror

Por Terrornauta.

El género de terror en el cine es un terreno fascinante que nos confronta con lo desconocido, lo inquietante y, a menudo, con nosotros mismos. Desde los albores del cinematógrafo, el terror ha sido un espejo de nuestras ansiedades culturales, un campo donde los miedos primitivos y contemporáneos se encuentran y se transforman en imágenes que perturban y seducen por igual. ¿Por qué, entonces, existe este gusto por el terror en el cine? La respuesta se encuentra en una intersección entre lo psicológico, lo filosófico y lo social, y revela mucho sobre nuestra naturaleza humana.

El cine de terror nos ofrece un espacio seguro para explorar lo que normalmente evitaríamos en la vida cotidiana. Nos invita a adentrarnos en el caos, el peligro y la muerte, pero siempre con la certeza de que saldremos ilesos. Este juego con lo prohibido y lo desconocido encuentra sus raíces en los relatos mitológicos y las historias de fantasmas que los humanos han contado desde tiempos inmemoriales. Sigmund Freud, en su ensayo Lo ominoso (¨Das Unheimliche¨), señala que lo que nos aterroriza es, a menudo, algo familiar que ha sido despojado de su confort y transformado en algo extraño. En el cine, esta tensión entre lo conocido y lo desconocido se traduce en criaturas que encarnan lo reprimido: vampiros, zombis, fantasmas y asesinos, todos ellos representaciones de nuestras sombras internas.

El terror en el cine funciona como una especie de catarsis. Aristóteles, en su Poética, habló de la tragedia como un medio para purgar emociones como el miedo y la piedad. De manera similar, el cine de terror permite que enfrentemos nuestros temores de manera indirecta. Las escenas de persecución, los sustos y la tensión creciente nos llevan a un clímax emocional que, al resolverse, deja una sensación de alivio y liberación. Esta dinámica de tensión y resolución no solo es adictiva, sino también terapéutica, ya que nos ayuda a procesar miedos reales en un contexto ficticio.

Más allá de su función psicológica, el cine de terror ha sido, desde sus inicios, un espejo de las ansiedades sociales. Películas como Nosferatu (1922) y Dracula (1931) reflejan los temores sobre la otredad y las enfermedades en una Europa marcada por las secuelas de la Primera Guerra Mundial y la pandemia de gripe española. En los años 50, el terror se desplazó hacia el miedo a la ciencia descontrolada y la destrucción nuclear, con clásicos como The Thing from Another World (1951) y Godzilla (1954).

En décadas más recientes, el terror ha explorado temas como la corrupción moral (Se7en, 1995), la fragilidad de la mente (El resplandor, 1980) y la alienación tecnológica (Black Mirror). Estas historias funcionan como metáforas de problemas reales, lo que les otorga una relevancia que trasciende el ámbito del entretenimiento.

Uno de los aspectos más fascinantes del cine de terror es su capacidad para asustarnos sin ponernos realmente en peligro. El neurocientífico David Zald explica que, en situaciones de miedo controlado, nuestro cerebro libera dopamina, un neurotransmisor asociado con el placer y la recompensa. Esta liberación crea una sensación de euforia que, combinada con la adrenalina del susto, puede ser altamente gratificante.

Este “placer del miedo” también está relacionado con nuestra necesidad de enfrentarnos a lo desconocido. El psicólogo Carl Jung habló de la sombra como un arquetipo que representa los aspectos reprimidos de nuestra psique. Enfrentar estos aspectos, aunque sea a través de la ficción, nos permite integrarlos y crecer como individuos.

El cine de terror también es una experiencia social. Desde las primeras proyecciones de Le Manoir du Diable (1896) hasta los estrenos modernos en salas de cine, ver películas de terror con otros crea un sentido de comunidad. Compartimos sustos, risas nerviosas y, al final, un suspiro colectivo de alivio. Esta experiencia grupal refuerza nuestro sentido de conexión y nos recuerda que, aunque el miedo sea individual, enfrentarlo puede ser un acto colectivo.

En un nivel más profundo, el cine de terror funciona como un ritual moderno. Al igual que las ceremonias antiguas que buscaban exorcizar demonios o apaciguar a los dioses, las películas de terror nos permiten enfrentar lo que nos asusta y, de alguna manera, dominarlo. Cada proyección es un acto de valentía simbólica, una manera de decir: “Soy más fuerte que mis miedos”.

El gusto por el cine de terror es un reflejo de nuestra humanidad en toda su complejidad. Nos atrae porque nos ofrece una manera de explorar lo desconocido, procesar nuestras ansiedades y reflexionar sobre nuestra condición. En las palabras de Lovecraft: “La emoción más antigua y poderosa de la humanidad es el miedo, y el miedo más antiguo y poderoso es el miedo a lo desconocido”. Al entregarnos al terror cinematográfico, no solo abrazamos este miedo, sino que también nos reconectamos con lo más primitivo y esencial de nuestra existencia.

 

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