Círculo roto
Huyen con los pies cansados,
con las almas cargadas de promesas vacías,
atraviesan desiertos de culpa
y mares de esperanza rota,
siempre creyendo que al otro lado
habrá algo más que la sombra de su propio fracaso.
Pero el destino es un espejo cruel,
y al llegar,
encuentran las mismas cadenas
que juraron dejar atrás.
La ayuda que buscan
se convierte en otra moneda gastada,
en manos extendidas que tiemblan,
pero no sostienen.
Recaen,
como una ola que no sabe detenerse,
como una herida que no deja de sangrar.
La traición no llega de otros,
sino de adentro,
de esa voz suave
que susurra que el abismo es familiar,
que el dolor, al menos,
es conocido.
Se miran en el reflejo roto,
ven sus ojos vacíos,
el rastro de cada regreso
a la misma oscuridad.
Y así,
vuelven a correr,
a buscar una salida que no existe,
a girar en el círculo de sus fracasos.
El bucle los consume,
cada giro más profundo,
cada vuelta más lejos de la luz.
Son arquitectos de su propia ruina,
constructores de cárceles invisibles,
y en su andar eterno,
cavan su propia tumba
con las manos temblorosas de quien todavía,
pese a todo,
sueña.
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