Por TPS
El contexto internacional actual nos presenta una creciente posibilidad de un conflicto armado internacional, impulsado por factores como tensiones geopolíticas, rivalidades económicas y acumulación militar de distintos actores. Entre los escenarios más críticos en este momento destacan:
Europa y Rusia: La guerra en Ucrania sigue siendo un punto de tensión global. Con la autorización de varias naciones de la OTAN para que Ucrania use su armamento, sobre todo el uso de misiles de largo alcance, la región ha experimentado una militarización mayor. Este cambio refleja un realineamiento estratégico en respuesta a las acciones de Rusia. Aunque un conflicto a gran escala en el Europa es poco probable, el riesgo de malentendidos o errores de cálculo se mantiene alto.
Región Asia-Pacífico: La relación entre Estados Unidos y China está marcada por tensiones en torno a Taiwán, disputas en el Mar de China Meridional y la creciente competencia tecnológica y militar. La expansión de la influencia militar de ambos países genera preocupación sobre un posible enfrentamiento indirecto en estas áreas estratégicas.
Medio Oriente: La situación entre Israel y Palestina, exacerbada por la guerra en Gaza, no solo aumenta las tensiones regionales, sino que puede tener implicaciones internacionales si actores como Irán o Hezbolá se involucran directamente. Esto podría desestabilizar aún más a países como Líbano, que ya enfrentan crisis políticas y económicas severas.
África y el Sahel: En Mali y otras naciones del Sahel, los conflictos locales entre grupos insurgentes y gobiernos, a menudo respaldados por actores externos como el Grupo Wagner de Rusia, podrían escalar. Esto pone de relieve cómo los conflictos aparentemente regionales pueden ser manipulados en el contexto de rivalidades globales.
El mundo actual está marcado por una "paz armada", donde las potencias prefieren mostrar fuerza en lugar de buscar soluciones diplomáticas sostenibles. Este enfoque, aunque efectivo a corto plazo, aumenta la posibilidad de conflictos, ya que las relaciones internacionales se basan más en el temor que en la cooperación. Además, la proliferación de tecnologías avanzadas en áreas como la ciberseguridad y la inteligencia artificial introduce nuevos riesgos, haciendo que las guerras no sean solo físicas, sino también informativas y económicas.
El ascenso de la ultraderecha a posiciones de poder en varios países también ha agravado el panorama internacional. Líderes y movimientos de este espectro político han impulsado agendas nacionalistas, antiinmigrantes y proteccionistas que desafían los principios fundamentales del multilateralismo y la cooperación internacional. En Europa, la creciente influencia de partidos como Vox en España, Hermanos de Italia o Alternativa para Alemania (AfD) refleja el descontento de sectores de la población con las élites tradicionales, pero también exacerba las tensiones internas y externas. Estas ideologías, al normalizar la confrontación y el rechazo a la diversidad, dificultan la resolución pacífica de conflictos y aumentan el riesgo de aislamiento entre naciones.
El factor Trump añade una capa de incertidumbre significativa al sistema global. Durante su primera presidencia, Donald Trump cuestionó la relevancia de alianzas tradicionales como la OTAN, mostró una postura unilateralista y promovió políticas que dividieron más que unieron a la comunidad internacional. Su actual retorno al poder en 2025, según algunos analistas, podría desestabilizar aún más el orden global, debilitando el compromiso de Estados Unidos con las instituciones multilaterales y alentando a otros líderes autoritarios a seguir su ejemplo. Esto tiene implicaciones directas no solo para la estabilidad en Europa y Asia, sino también para el fortalecimiento de las normas democráticas en el mundo.
Finalmente, la incapacidad de la ONU para actuar con eficacia en conflictos clave, como los de Ucrania o Gaza, evidencia las limitaciones de un sistema internacional atado a los intereses de las grandes potencias. El uso del derecho de veto en el Consejo de Seguridad, particularmente por Estados Unidos, Rusia y China, bloquea resoluciones esenciales para la paz y permite que los conflictos se prolonguen o escalen. Este estancamiento no sólo desacredita a la ONU, sino que refuerza la percepción de que el sistema global favorece a los más poderosos en detrimento de las poblaciones vulnerables. Reformar este mecanismo de veto es un desafío urgente, pero su solución requiere voluntad política que, lamentablemente, parece estar ausente en el clima geopolítico actual
El panorama, aunque alarmante, no es definitivo. Aunque las tensiones actuales parecen ineludibles, la historia nos ha enseñado que las soluciones diplomáticas, aunque muchas veces complejas, son la única opción para evitar tragedias mayores
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