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EL PETATE DEL MUERTO. El Gran Circo de Salinas de Gortari

 Carlos Salinas de Gortari en MONDRAGON | Carlos Salinas de G… | Flickr

Por El Perrochinelo

Ahí les va banda, porque uno no puede dejar que el tiempo borre lo que nos dejaron los Salinas y su club de cuates. Sí, el mismo “chupacabras” que no chupaba sangre, pero sí bienes nacionales. El Charlie, con su sonrisa de villano de película chafa y sus ideas neoliberalísimas, nos dejó un despapaye tan monumental que seguimos pagando los platos rotos de su desastre.

Todo el drama comenzó con la caída del sistema, ese famoso apagón electoral de 1988 que le dio el gane a Salinas sobre Cuauhtémoc Cárdenas. Según el gobierno del gris, gris Miguel de la Madrid, que en ese entonces era el presidente, la democracia necesitaba de un fraude patriotico para no caer en el “comunismo” (¿Qué se fuman estos?). Ese momento marcó el inicio de un sexenio plagado de dudas y sobre todo mucha corrupción. La banda nunca se creyó ese cuento de hadas, de que ganó el pelochas, pero ¿qué hacían contra un PRI que en ese momento controlaba hasta el clima?

Ya en el poder el Salinillas se aventó un remate de los bienes nacionales, al mejor estilo de “Julio Regalado”. Privatizo bancos, empresas como Telmex, Altos Hornos, Mexicana de aviación, Imevisión y puso a disposición de la iniciativa privada 3.2 millones de hectáreas de reservas minerales nacionales, todo en nombre del “progreso”, al final todo quedó en manos de sus cuates que resultaron unos tranzas para los negocios. Claro, con que les hizo un “descuento amigo” que les dejó los monopolios más jugosos a los más cuatachos. Esta jugada fue el corazón de su modelo neoliberal, que nos vendió a los ciudadanos como la puerta a la modernidad, ¡cual modernidad! En realidad se trató de desmantelar la economía social para concentrar la riqueza en las manos de unos cuantos.

Salinas coronó su sexenio con la firma del TLCAN, el Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unidos. Pero cuando ya sentía que podía caminar sobre agua, llegó  el 1994.  El 1 de enero de 1994, el EZLN, liderado por el Subcomandante Marcos, se alzaría en armas en Chiapas, mostrando el descontento de los sectores más vulnerables, que no veían ese “progreso” del que tanto se hablaba. El TLCAN fue para muchos el clavo final en el ataúd de la soberanía económica de México.

Ese mismo año también sucedio el asesinato de Luis Donaldo Colosio. El candidato priista, un candidato tan gris que puso en riesgo la victoria del partidazo y que cayó a balazos en un evento público. Aunque oficialmente fue un asesino solitario, hay más teorías sobre este caso que sobre quién mató a Kennedy. Muchas de ellas apuntan a que Salinas y su equipo tenían razones de sobra para deshacerse de Colosio, pero como dicen: “La ropa sucia se lava en casa”.

No hay que olvidar, que en el sexenio del Salinas se armó un negocio bien macabro con los narcos. Mientras nosotros andábamos viendo si alcanzaba pa’ las tortillas, los meros meros cárteles estaban haciéndose amiguis de los políticos priistas. Dicen las malas lenguas —y hasta unas buenas también— que muchos funcionarios y familiares del preciso, andaban más metidos con los malandros que una llanta en un bache de Ecatepunk. Es que no es chisme, ahí están los millones de dolarucos en cuentas en el extranjero que nomás siguen sin poder explicar. Y mientras todo esto pasaba, el Carlos, bien propio, inaugurando carreteras y vendiendo el cuento de que éramos un país moderno. Pero no se hagan, banda, el narco se consolidó porque las autoridades se hacían ojo de hormiga, y los cárteles se pusieron más organizados que las tandas de la tía Chayo.

Para rematar, Salinas nos dejó a Ernesto Zedillo y el nos dejo el Fobaproa, un robo monumental que supuestamente salvaría a los bancos de la crisis financiera provocada por Salinas, pero que al final transformó las deudas privadas de los ricos en deudas públicas. ¿Qué significa esto? Que tú, yo, y hasta tus bisnietos vamos a  seguir pagando con nuestros impuestos los errores de sus amigos los ricachones.

Ahora, si creían que el Salinas nomás le jugaba al Monopoly con los bienes del país, pues no, también repartía trancazos. A los opositores que no se cuadraban les aplicaba la de “te callas o te callo”. Ahí está el misterioso caso del cardenal Posadas Ocampo, que dizque se cruzó en un tiroteo entre narcos, pero que más bien parecía que sabía algo que no debía. Y qué me dicen de los liderazgos sociales que alzaban la voz: con Salinas había dos caminos, o te “alineaban” o de plano ya no amanecías. Era como jugar al “gato encerrado”, pero sin gato y con mucho miedo. Así que, mientras la tele nos distraía con el chupacabras, por abajo del agua se tejía una red de represión digna de novela policiaca.

Y hablando de eso, no olvidemos el cuento del chupacabras, una estrategia distractora que coincidió con la peor crisis alimentaria del país. Porque ¿qué mejor manera de desviar la atención que un monstruo ficticio chupando cabras mientras el país era desangrado en serio?

Aún ahorita el Charlie sigue siendo una figura polémica. Unos cuantos, los menos lo ven como el arquitecto de un México moderno, mientras que otros lo consideramos el artífice de nuestras mayores desgracias económicas y políticas

Bandita, no se vale hacerce los locos. El triste legado de Salinas no es solo historia; sus políticas siguen afectando la vida diaria. Desde los monopolios que encarecen los servicios básicos hasta la desconfianza en las instituciones, su sombra está en cada rincón. Así que la próxima vez que escuchen a alguien alabar su modelo, piensen en todo lo que nos costó: vidas, riqueza y, sobre todo, dignidad nacional.

Así que ya saben, no hay que ser crédulos ni dejarnos llevar por los cuentos de hadas neoliberales. Mejor hay que seguir pelando el ojo y exigiendo justicia, porque en este país, como en el tianguis, el que no grita no vende.

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