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Flor Garduño |
Por Félix Ayurnamat
Cuando veo la obra de Flor Garduño, lo primero que me viene a la mente es su capacidad para capturar la escencia del instante. Su obra no es solo fotografía; es un diálogo entre el tiempo, el espacio y la identidad. Garduño nació en la Ciudad de México en 1957 y, aunque inicialmente estudió artes visuales en la Antigua Academia de San Carlos, pronto se encontró con la fotografía, ese medio que le permitió traducir sus inquietudes y reflexiones de una manera profunda y visualmente potente. Desde entonces, su cámara ha sido un puente entre lo tangible y lo intangible, entre lo cotidiano y lo mítico.
Mujer que sueña. Flor Garduño.
Lo que me parece más interesante de su trabajo es cómo transforma lo ordinario en algo extraordinario. Sus retratos de mujeres, por ejemplo, no son meras representaciones de un rostro o un cuerpo. Son evocaciones de fuerza, misterio y, sobre todo, una conexión con las raíces culturales de México y América Latina. Una de sus fotografías más icónicas es Mujer que sueña, donde una mujer acostada junto a dos iguanas en un petate. El contraste entre la serenidad del rostro y la textura casi prehistórica del animal genera una tensión que te obliga a detenerte, a observar más de cerca. Esta imagen no solo nos muestra un momento, sino que parece hablar de un vínculo más profundo entre el ser humano y la naturaleza.
Garduño trabajó como asistente de Manuel Álvarez Bravo, uno de los grandes maestros de la fotografía mexicana (del cuál ya les escribí). De él, creo, aprendió la importancia de la composición y el manejo de la luz, elementos que son centrales en su obra. Sin embargo, también es evidente que su enfoque y sensibilidad son únicos. Mientras que Álvarez Bravo exploraba la ironía y el surrealismo, Garduño tiene un interés más marcado por lo simbólico y lo espiritual. En sus fotografías, la luz parece emanar de los cuerpos y los objetos, envolviéndolos en una atmósfera que es a la vez terrenal y etérea.
Un aspecto fundamental de la obra de Garduño es su relación con la naturaleza. En series como Bestiarium, encontramos imágenes de animales y paisajes que, aunque aparentemente simples, nos enfrentan a preguntas complejas sobre nuestra relación con el entorno.
Algo que también me parece fascinante de su trabajo es cómo explora el cuerpo humano, especialmente el femenino. En su obra, el cuerpo se convierte en un territorio donde convergen la sensualidad, la fuerza y la fragilidad. Pero no se trata de una mirada superficial; ella no objetiviza a sus sujetos. Más bien, los convierte en símbolos de algo más amplio: la conexión entre lo humano y lo universal. Esta serie me recuerda cómo el arte puede ser un medio para reimaginar el cuerpo no como algo que simplemente "es", sino como algo que "significa".
Además de sus temas y composiciones, lo técnico en la obra de Garduño es digno de análisis. Trabaja principalmente en blanco y negro, un formato que, en mi opinión, potencia la intemporalidad de sus imágenes. El blanco y negro elimina las distracciones del color y te obliga a centrarte en las formas, las texturas y las emociones. Es un enfoque que me recuerda a los grabados en tinta o al dibujo, donde cada línea y sombra cuenta una historia. Este uso del blanco y negro también dialoga con la tradición fotográfica de México, situándola en una conversación con figuras como Álvarez Bravo y Graciela Iturbide.
Sin embargo, lo que la distingue de otros fotógrafos es su capacidad para evocar lo ritual. En sus imágenes, siento que hay una constante búsqueda de lo sagrado, aunque no en un sentido religioso convencional. Es como si cada fotografía fuera un altar donde convergen lo humano, lo animal, lo vegetal y lo mineral. Pienso en una de sus imágenes de Bestiarium, donde un ave aparece suspendida en el aire, como si estuviera congelada en el acto de volar. Esta suspensión no solo desafía nuestra percepción del tiempo, sino que nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del instante y su conexión con la eternidad.
En una entrevista, ella mencionó que encuentra su inspiración en la poesía, y creo que esto es evidente en su obra. Sus fotografías tienen una cualidad lírica que trasciende lo visual. De hecho, hay algo profundamente narrativo en ellas, como si fueran fragmentos de una historia que no se puede contar con palabras. Esta conexión con la poesía me lleva a pensar en Octavio Paz, quien también exploró la relación entre el instante y la eternidad. Al igual que Paz, Garduño parece preguntarse: ¿cómo capturamos lo que es esencialmente efímero?
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