Por El Perrochinelo
A ver, razita, agárrense porque este cotorreo está bien perrón. Hoy voy a hablarles sobre el fenómeno ese que le dicen gentrificación, pero pa' nosotros, los de a pie, es el clásico: "como dijo Dimas a Gestas, quitate porque apestas". Sí, ese show de cómo las colonias que antes eran puro barrio, ahora están más llenas de gringos que el aeropuerto de Tijuana.
¿Qué es la gentrificación?
No se hagan los que no saben. Es cuando un barrio o colonia, digamos las del centro o cercanas, empieza a ponerse "cool" y llegan los de la cartera gruesa, suben las rentas, y sacan a los que llevaban años ahí, desde los tiempos de la bisabuela. De repente, tu tiendita de la esquina ya no vende chetos ni coquitas, ahora tiene matcha latte y kombucha artesanal. ¡Hagame usted el favor carbón!
Pero no se vayan con la finta mis carnalitos de que todo es glamour. Según leí por ahí, este proceso no solo se trata de edificios bonitos y calles sin baches. Hay un trasfondo más turbio: desplazamiento social, pérdida de identidad local y un encarecimiento brutal de la vida. O sea, de progreso nomás el puro cuento.
¿Cómo está la movida en la CDMX?
En la Roma, por ejemplo, el chisme empezó con los "millennials de clóset" que llegaron buscando rentas baratas tras el temblor del 17. Luego llegó el home office con la pandemia, los turistas de Airbnb, y ¡pum!, de repente hay depas que te cuestan $50,000 al mes. Sí, lo que algunos ganan en todo el año. ¿Y quién puede pagar eso? Pues los nómadas digitales que vienen con sueldazos en dólares.
Por otro lado, tenemos la Santa María la Ribera, donde la cosa es un poco distinta. Ahí todavía hay resistencia; las vecindades y las fondas de siempre siguen en pie, aunque cada vez más rodeadas de torres modernas y cafés de especialidad. Pero ojo, no es porque no quieran gentrificar, sino porque la banda del barrio está aferrada como velcro a su terruño. Un aplauso para ellos, aunque también tienen sus propias broncas con la delincuencia organizada.
¿Qué onda con el gobierno?
Aquí viene lo más jugoso: dicen los enterados que el cartel inmobilario ha sido cómplice silencioso (o no tan silencioso). Programas de "rescate" urbano, apoyos a constructoras y cero regulación en plataformas como Airbnb han puesto la mesa para este fenómeno. Es como si le dijeran a los ciudadanos de esos lugares: "Gracias por todo, pero ya no eres bienvenido". Y mientras tanto, ¿qué hacen las autoridades? Pos' nomás ve cómo se pinta el cuadro.
¿Qué hacemos entonces?
Ahora sí, chilangos, la pregunta del millón: ¿Qué hacemos pa' que no nos corran de nuestras propias calles? Algunos colectivos han empezado a organizarse, pidiendo que se regule el Airbnb, que se invierta en vivienda social y que no se permita la especulación inmobiliaria. Suena bien bonito en el papel, pero en la práctica, la cosa está más trabada que el tráfico de periférico y viaducto Tlalpan en viernes de inicio de puente con lluvia y quincena.
Lo que sí podemos hacer, raza, es no perder de vista nuestras raíces. Porque la gentrificación no solo destruye colonias, pueblos y barrios, destruye comunidades, costumbres, y lo más importante: nuestras historias. Si seguimos permitiendo que esto pase, un día vamos a despertar en una ciudad que no reconoce ni su propio reflejo.
Así que ya saben, raza: aguanten vara, cuiden su barrio y no dejen que les vendan espejitos. Porque si algo tenemos los chilangos es que somos bien necios. Y si la Roma puede resistir dos terremotos, seguro puede resistir esta oleada de hipsterización.
¡Va por el barrio, por el taco de canasta y la quesadilla de chicharrón prensado de la esquina, con harta salsa que si pica!
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