Querido Félix,
¿Sabes lo que más me gusta de noviembre? Que la gente, por una vez en el año, se toma el tiempo de recordar que la muerte está ahí, esperando, paciente, con su té de tila y su periódico, mientras observa cómo seguimos con nuestras vidas llenas de reuniones innecesarias y disfraces de Halloween de mal gusto. Ah, pero el Día de Muertos, Félix, es otra cosa. Es de las pocas festividades que realmente disfruto, la única que no me hace querer cometer multihomicidio con una engrapadora en la oficina. Bueno, casi.
Poner la ofrenda es, honestamente, uno de esos raros momentos en los que no me siento como un desastre emocional. Coloco las velas, el papel picado, las flores de cempasúchil, y por unos segundos, me siento en paz. Como si todo tuviera sentido. Claro, eso dura poco, porque al minuto siguiente ya estoy maldiciendo porque no encuentro la foto del abuelo. Pero esa calma efímera es un milagro en sí. ¿Te imaginas? Yo, la que encuentra todo lo humano abrumador, poniéndome nostálgica al ver una calaverita de azúcar. Ironía, nivel experto.
No te miento, Félix. Hacer mi ofrenda es casi terapéutico. Es como decir: “Aquí están, queridos difuntitos, sus cosas favoritas, su comida, su bebida… pueden venir a visitarme, pero, por favor, no se queden mucho. Estoy ocupada sobreviviendo esta realidad de vivos”. Cada año es lo mismo, y sin embargo, no me canso. El olor a copal, las luces de las velas titilando en la oscuridad, me recuerdan que al menos hay algo auténtico en este mundo de plástico y fiestas corporativas de Halloween, donde el concepto de "disfraz" ha sido reducido a un par de orejas de gato y maquillaje barato.
Ah, sí. Hablemos de eso. Halloween. ¿Te conté que nuevamente en la oficina decidieron hacer una fiesta temática? Claro que sí, cómo no, la gran tradición importada y lo hacen con la gracia de un rinoceronte en patines. Todos felices, queriendo disfrazarse de vampiros sexys, diseñadores Frankensteins y... espera, deja que lo digiera, abogados zombies. Sí, Félix, alguien creyó que ser abogado no era lo suficientemente terrorífico como para disfrazarse de uno en versión cadáver. Y aquí estoy yo, fingiendo una sonrisa cuando todo lo que quería hacer era meterles la cabeza en la trituradora de papel. Pero claro, eso sería "anticuado". No, en lugar de eso, me obligan a sonreír mientras se balancean con sus disfraces baratos y su falta de imaginación.
Porque, para variar, soy la rara que no celebra Halloween con entusiasmo desmedido. Pero, ¿por qué debería emocionarme con una festividad que ni siquiera es nuestra? ¿Qué clase de celebración es esa que ni siquiera se respeta lo suficiente como para incluir una buena dosis de pan? Al menos en el Día de Muertos hay pan de muerto, tamales, mole, y una comprensión generalizada de que la muerte es parte de la vida. Halloween, en cambio, es la fantasía del consumismo hecho fiesta, donde la gente se emociona más por las calabazas de plástico que por cualquier otra cosa. Ay, Félix, si fuera por mí, borraría esa fiesta del calendario.
Pero no te preocupes. No lo haré. Por ahora. Te confieso, hay días en que siento que podría perder la cordura en cualquier momento. ¿Has visto esas películas de terror donde el personaje principal parece estar bien, pero de repente tiene un "snap" y empieza a ver todo en rojos, y la gente se convierte en dianas de tiro al blanco? Bueno, yo me siento así cada vez que tengo que lidiar con el Happy Halloween en la oficina. Estoy convencida de que solo es cuestión de tiempo antes de que me veas en las noticias, reportada como una antisocial que decidió sumarse a la lista de multihomicidas o "desvividas" por su propio colapso mental.
Aunque, ahora que lo pienso, sería un bonito detalle pensar en que pusieran en mi propio altar, ¿no? No sé qué me gustaría que pusieran. Tal vez un café cargado, algo de chocolate amargo, y, por supuesto, un par de libros de esos que nunca termino porque me distraigo maldiciendo en silencio a la humanidad. O mejor aún, que no pongan nada. Total, si algo me enseñaron las tareas de equipo, es que al final nadie pone atención a lo importante.
Pero volviendo a lo que sí importa, mi altar de este año. He mejorado, Félix. Si el año pasado era una modesta ofrenda para mis abuelos y algunos amigos que ya no están, este año parece que armé una fiesta para todo un panteón. Hay calaveras por todos lados, pan de muerto que horneé yo misma (porque sí, aunque no lo creas, soy capaz de hacer algo útil de vez en cuando), y hasta un par de coquitas para los difuntitos sedientos. Y mientras acomodo todo con esmero, no puedo evitar pensar en lo irónico que es que disfrute más festejar a los muertos que convivir con los vivos.
La verdad es que es mucho más fácil lidiar con los que ya no están. No me piden que sonría, no me obligan a conversaciones banales sobre el clima o los nuevos chismes de la oficina. No, ellos solo vienen, se llevan su pan, y se van en silencio. Un acuerdo perfecto.
Y mientras tanto, aquí estoy yo, resistiendo los embates de la cordura, manteniendo a raya la desesperación que siento cada vez que me invitan a otra fiesta de Halloween. Te juro que este año estuve a un segundo de ponerme un disfraz de "empleada burnout" solo para ver si alguien lo notaba. Pero no, Félix, sigo siendo educada. Sigo manteniendo las apariencias, mi cara de "todo está bien", mientras por dentro estoy planeando mi próxima ofrenda. Tal vez el año que viene, si la vida sigue así, el altar sea un poco más grande. O tal vez, quién sabe, logre que alguien más se una a la lista de difuntitos. No por mis manos, claro, no quiero problemas. Solo digo que la gente tiene formas curiosas de acelerar su propio final. Ya sabes, comiendo chilaquiles sazonados con cianuro en mal estado, tropezando con un cempasúchil y cayendo al vacío… la vida da sorpresas.
En fin, Félix, espero que este año también disfrutes de tu cumpleaños como se debe. Yo, por mi parte, seguiré poniendo mis velitas y flores, mientras intento no perder la cordura entre calaveritas de azúcar y colegas con disfraces patéticos. Un año más de sobrevivir a los vivos. Un año más de celebrar a los muertos.
Un abrazo por tu cumpleaños,
Tu amiga que aún respira (con esfuerzo).
Rebeca Jiménez.
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