Félix Ayurnamat. 2022 |
Por El Perrochinelo
¡Órale, razita! Ya está por llegar esa mera mera época del año que a todos los chilangos se nos pone la piel chinita: ¡El Día de Muertos! La neta, se siente en el aire, y no solo por el olor a cempasúchil que invade las calles esos días, sino por el cotorreo que arman los escuincles pidiendo su calaverita. Ya los ves desde temprano con sus disfraces medio improvisados o bien perrones, tocando puertas y aventándose la clásica de “¡Ahí viene la Chilindrina pidiendo su mandarina; ahí viene el Chavo del Ocho pidiendo su biscocho; ya llegaron los abuelitos pidiendo sus tamalitos, ya llegó Pancho Pantera pidiendo su calavera.!” Ah, esos morritos, siempre creativos, a veces te cantan bonito y otras te avientan más amenazas que una serie de esas de narcos. Pero no importa, porque el chiste es soltarles unas moneditas o un dulcecito pa’ que se vayan bien contentos.
Y es que, en serio, esa noche el barrio se transforma. Las colonias populares se ponen bien chidas con las calles llenas de escuincles disfrazados de todo tipo de criaturas: que si el vampiro, que si la catrina, que si el clásico diablito (el disfraz más barato, nomás le ponen unos cuernos y vámonos). Eso sí, los disfraces de la chaviza de ahora ya le entran duro a la creatividad, porque ya no falta el morrito disfrazado de "reguetonero zombie" o la chavita que mezcla el maquillaje de catrina con su personaje de anime. Y no faltan los más ñeros que nomás se pintan unas ojeras y te dicen “soy un fantasma” con una cara de que ni ellos se creen su propio cuento. Pero, pos, ¿quién les dice algo?
Lo que sí no falta es la banda que se esmera en poner sus ofrendas. ¡No, hombre! Aquí en el barrio se ve quién tiene corazoncito para recordar a sus difuntos. Desde las ofrendas humildes que se ponen en las cruces de la calle, con su veladora, su flor de cempasúchil, hasta las más elaboradas que parece que te estás metiendo a una exposición del MUAC. Hay de todo, carnal, y eso es lo bonito: la raza pone lo mejor que tiene para que sus muertitos se echen un taco de ojo (y de carnitas, porque la neta, también les ponen de comer bien sabroso). En las casas se arma el relajo con las fotos de los abuelos, los bisabuelos y hasta los perros que se fueron al cielo perruno. ¡Ah! Porque muchos no olvidan ni a sus firulais. Y claro, no puede faltar la chelita o el pulque pa’ que los difuntos se echen su traguito y se les haga más leve el viaje de regreso.
Ahora, ¿quién no ha ido al panteón en estas fechas? ¡Es una tradición bien mexicana! Ves a las familias que le caen en bola al panteón pa’ darle su manita de gato a las tumbas. ¡Ah! Pero no crean que es cosa seria todo el tiempo, ¿eh? A veces es puro cotorreo. Ves a la tía con la escoba limpiando como si fuera concurso, al tío que le pone la radio con “Tragos de Amargo Licor” pa' que el difuntito no se sienta solo, y a los morritos corriendo entre las tumbas como si estuvieran en un parque. Eso sí, se respeta, porque es la única vez al año que los panteones se ven más vivos que nunca.
La neta, lo chido del Día de Muertos es que, aunque es una fiesta pa’ recordar a los que ya se fueron, aquí en el barrio no falta la banda que lo toma como una excusa pa’ echar desmadre. Los más grandes le entran al café con "piquete" y al mezcalito, mientras los chamacos siguen pidiendo su calaverita en cuanto cae la noche. Y es que no falla: apenas oscurece y ya los ves, en bola, tocando puertas con su canastita en mano, esperando que les caiga algo, aunque sea un mazapán (y si les avientas uno de esos, reza porque no se les rompa, porque si no, ahí se arma la gorda).
Y hablando de esas noches, ¿qué onda con las casas decoradas? La raza se pone bien acá con las luces, las banderitas de papel picado, y algunos hasta le meten cañón al arte del aerosol con murales que parecen de galería, pero con puro estilo popular. El Zócalo, ¡uff!, ni se diga. Si tienes chance, lánzate a ver cómo se ponen las ofrendas; eso sí, agarra bien la cartera porque nunca faltan los maloras que andan buscando "souvenir" ajeno. Los más gandallas se aprovechan de la raza que anda con la cabeza en otro lado, recordando a sus muertitos o pensando en cómo librar el tráfico pa’ llegar a la fiesta.
Y es que, aunque todos sabemos que tenemos boleto de ida sin regreso pa’ ese destino final, en estas fechas como que te cae más el veinte. Pero, ¿qué tal si le damos la vuelta, eh? Si ya sabemos que todos vamos pa’ allá, ¡pues hay que celebrarlo! Que se vea que en vida fuimos bien barrio, bien raza, y que hasta en la muerte seguimos echando desmadre. Al final, la neta es que esta tradición es lo que nos conecta con lo más profundo de ser mexicano: ese amor por el cotorreo, por la familia, por los difuntos y por echarle ganas hasta cuando ya no hay más qué hacerle.
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