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Historias perdidas: No Persigas lo Perdido

En las entrañas de la ciudad, donde el sol apenas se asoma y las sombras mandan, Patricia tenía su changarro de quesadillas. Era un lugarcito entre el desmadre del barrio, donde la banda se juntaba a echar cotorreo, a sacarse la espina del día con una garnacha y una chela bien fría. Allí, entre el olor a fritanga  y el sonido de las cumbias que salían de una bocina jodida, Paty se la vivía, chambeando y pensando en lo que ya no era.

Hace dos años, Mario había salido volando, como esos globos que se te van de las manos en la feria. Se fue sin despedirse, dejando a Paty con el corazón hecho pedazos y el alma en un hilo. Y aunque el barrio seguía girando, ella no dejaba de imaginarse a Mario en cada cabrón que pasaba por su puesto. Siempre pensaba: "¿Y si regresa? ¿Y si nomás anda perdido?" Pero la neta, bien sabía que ese güey ya se había ido, tal vez con otra ruca o tal vez a probar suerte en otro lado.

Una tarde, cuando el sol apenas se estaba escondiendo detrás de los edificios, apareció Luis, un cuate de la infancia que había vuelto del gabacho. Tenía el mismo desmadre en los ojos y la sonrisa traviesa de siempre. Paty lo vio venir y sintió un golpe en el pecho, como si el pasado le jalara los pies.

—¿Qué onda mi Paty? —le dijo Luis, mientras se acomodaba en la banquita frente al puesto—. Dame una de chicharrón, pero bien dorada, ¿eh?

Paty se puso a chambear con el comal y le pasó la quesadilla.

—¿Y el Mario? —preguntó Luis, con la boca llena—. ¿Sigue dando lata?

Paty se encogió de hombros, fingiendo que le valía madres.

—Ese güey ya es historia, Luis. Se largó y ni adiós dijo. Pero a veces... me cacho pensándolo, ya sabes, pero la neta, ya pa' qué.

Luis masticó en silencio y luego soltó de su ronco pecho lo que pensaba.

—Mira, Paty, aquí la neta es que la vida sigue, ¿no? Tú sigues chambeando, vives en chinga, pero no puedes estarle llorando a un cabrón que ya se peló. ¿Quién te devuelve el tiempo perdido?

Paty lo escuchó, pero sus ojos seguían buscando entre la gente que pasaba, esperando, tal vez, ver a Mario en algún rincón. El barrio seguía igual, la misma banda, el mismo cotorreo. Pero Paty sentía que algo se había roto dentro de ella y que ya no había manera de repararlo. Luis se despidió con una sonrisa, pero Paty se quedó mirando el comal, como si ahí estuviera la respuesta a todas sus dudas.

La noche cayó sobre la ciudad y la luz amarillenta de los postes iluminaba las banquetas rotas. Paty se quedó un rato más en su puesto, escuchando los ruidos del barrio, pero ya nada le hacía sentido. El humo de las quesadillas se mezclaba con sus pensamientos, y de pronto, se dio cuenta de que el barrio seguía su vida, pero ella estaba atascada, esperando a alguien que ya no iba a volver.

Cerró su puesto y empezó a caminar por las calles que conocía de memoria. Cada paso era pesado, cada esquina le recordaba algo que ya no existía. Y ahí, en la soledad de la ciudad que nunca duerme, Patricia entendió que tal vez ya había perdido la carrera contra el tiempo. Que mientras ella seguía buscando lo perdido, la vida se le había escapado, como el humo de sus quesadillas en el aire nocturno de la ciudad de México.

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