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Autor: Jorge González Camarena, La conquista. 1960 |
Caída y Resurgimiento
En las sombras del lago,
donde los dioses susurran,
se alza la memoria de un pueblo,
firme, indomable,
cuyos rostros se forjan en obsidiana y jade.
Cuitláhuac, guerrero de la noche,
con manos de fuego y corazón de viento,
defendió la tierra sagrada,
donde los ahuehuetes murmuran verdades,
y el sol dorado despierta al maíz.
Cuauhtémoc, águila que vuela alto,
último sol en un cielo herido,
tu voz resonó como trueno en la tormenta,
guiando a los hijos de la tierra,
en el momento final, cuando todo ardía.
Las piedras lloraron con sangre y ceniza,
mas no cayeron en vano,
pues en cada grito, en cada golpe,
se forjó la esperanza de un mañana.
La Gran Tenochtitlán, ciudad de los dioses,
se desmoronó en un suspiro de muerte,
pero su espíritu, indomable y eterno,
reside en el corazón de cada uno de nosotros.
No cayeron en derrota,
sino que se sembraron en la tierra fértil,
donde florece el orgullo de un pueblo,
que nunca olvida, que nunca se rinde.
Hoy, en este día de memoria,
honramos a quienes lucharon,
a quienes se mantuvieron firmes,
para que el sol nunca dejara de brillar
sobre la tierra de nuestros ancestros.
Somos los hijos de la resistencia,
los herederos de un legado inmortal,
y en nuestros corazones arde el fuego,
que ni el tiempo ni la conquista pueden apagar.
Que el nombre de Cuauhtémoc resuene en nuestras venas,
que Cuitláhuac nos inspire en cada batalla,
y que la Gran Tenochtitlán viva eternamente,
en nuestra memoria, en nuestra sangre,
en el orgullo que llevamos por ser hijos de esta tierra.
Félix Ayurnamat
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