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Saturnino Herrán "nuestros dioses" (fragmento) |
Por Félix Ayurnamat
En el vaivén de la creación, el dibujo se ha relegado a menudo a las sombras de las artes, considerado más como una herramienta que como una obra en sí misma. Sin embargo, es tiempo de despojar al dibujo de su etiqueta humilde y reconocer su potencia única como un testimonio estético. En las líneas y trazos, en la danza del lápiz sobre el papel, reside una expresión digna de ser apreciada por sí misma.
El dibujo, visto por muchos como un simple bosquejo, merece una contemplación más profunda. Es el trazo desnudo que revela la esencia misma de la creatividad. Cada línea es una historia, cada sombra una narrativa silenciosa que busca ser descifrada. El dibujo no es solo un medio para un fin; es un fin en sí mismo, un eco de la mente que se manifiesta en la danza de líneas y la intersección de sombras.
En la riqueza de la historia artística de México, encontramos ejemplos vivos de cómo el dibujo ha transcendido su papel de mero preparativo. Saturnino Herrán, con su trazo audaz, no solo bosquejaba ideas, sino que creaba arte, donde cada línea era una declaración de identidad y belleza. Orozco, con sus murmullos en blanco y negro, elevó el dibujo a un arte independiente, capaz de provocar reflexiones profundas sobre la condición humana.
El dibujo posee una estética única, una belleza que yace en su naturaleza espontanea. A diferencia de la solidez de la pintura al óleo o la permanencia de la escultura, el dibujo captura un momento, una chispa creativa con una delicadeza que invita a la contemplación. Es el arte en su forma más íntima, donde cada trazo es una confesión y cada línea una caricia visual.
El dibujo es como una poesía visual. Es un canto a la libertad creativa, donde la mente y la mano se entrelazan en una danza única. Cada hoja en blanco es un lienzo de posibilidades, una invitación a explorar el universo infinito de la imaginación. El dibujo, más que una herramienta, es un poema que se escribe con líneas y sombras.
Es hora de liberar al dibujo de las cadenas de la utilidad efímera y reconocer su condición de obra estética en sí misma. A través de ejemplos como Herrán y Orozco, podemos apreciar cómo el dibujo ha transcendido su papel tradicional, convirtiéndose en una forma de expresión única y poderosa. En la estética del dibujo, encontramos una belleza efímera, un canto poético a la libertad creativa que merece ser celebrado y apreciado por su propia virtud. Es tiempo de dejar que las líneas y sombras hablen por sí mismas, en una danza silenciosa que revela la profundidad de la creatividad humana.
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