La estrategia de la burguesía ha consistido siempre en deslizar subrepticiamente la noción de universalidad hacia la noción de término medio, de promedio y de término mediador o intermediario. La clase media es promedial y pretende por eso ser universal. Es intermediaria entre el productor y el consumidor y logra dominar desde esa posición intermedia tanto la producción como el consumo. La industria y la satisfacción de necesidades se convierten en ramas del comercio. La sociedad entera está determinada por el mercado, y finalmente por la mediación pura y vacía, el «servicio» abstracto y sin contenido, o sea la bolsa y las finanzas. El correlato perfecto de esta estructura en "la cultura" es el ready-made de Marcel Duchamp: otro trabaja: yo especulo. Duchamp extrapola audazmente ("agresivamente", como dice la ideología actual) la función de intermediario: colocándose como intermediario entre el fabricante de mingitorios y el museo, pone a ambos a su servicio, como el comerciante colonial pone a su servicio a la vez al país bananero y al verdulero de la esquina.
La raíz de nuestra sociedad de la imagen, de la apariencia, del engaño y del anonadamiento de los contenidos está seguramente en este triunfo de lo intermediario supeditando los términos entre los que media. Esa supeditación es necesariamente especulación. El intermediario sólo se impone por encima de sus términos desrealizándolos: es indiferente lo que el productor produzca, su realidad no consiste en ser fabricante sino en ser proveedor, como a su vez el consumidor no tiene más realidad que la de ser el cliente al que se le vende cualquier cosa aunque ni la necesite ni la desee. Así el estructuralismo afirma que los términos de las relaciones no existen por ser lo que son, sino por ser términos de la relación. Dicho de otra manera, por ocupar el lugar que ocupan, del mismo modo que el mingitorio de Duchamp no es arte por ser un mingitorio, sino por ocupar un lugar en el museo.
Así se crea un arte donde lo que importa no es lo que la obra dice o expresa o contiene, sino la doctrina que declara y la escuela a la que pertenece; el intermediario entre la creación y el público, o sea el crítico o el teórico, convierte en creación la creación y en experiencia estética la recepción, no porque una y otra tengan tal sentido, no estén vacías de sentido, no sean en definitiva indiferentes, sino porque son los términos de esa intermediación. Así como el mingitorio no es arte por su contenido propio, su expresión o su "mensaje", sino por estar en el museo, y su contemplación es experiencia estética por suceder en ese mismo museo, así el poema vanguardista no es poema por lo que dice o lo que significa o lo que expresa, sino por ser vanguardista, y leerlo es una lectura poética por ser una lectura vanguardista. Pero no es sólo el arte y la literatura lo que se organiza así en la sociedad postromántica, es "la cultura" en su totalidad.
Ahora bien, una cultura de este tipo no puede favorecer y sustentar una política humanista, universalista o incluso racionalista. En un mundo sin contenidos la verdad es auxiliar y los valores están vacíos. Políticamente, el vaciamiento de la verdad u del valor no deja más principio ordenador que la fuerza. La "cultura" ha desrealizado sus contenidos para dejar como únicos agentes a los intermediarios, capaces de invertir si es necesario los términos vacíos que manipulan, haciendo que el académico sea vanguardista, el conservador innovador, la ruptura tradición, la rebeldía conformismo, la originalidad repetición gregaria, de tal modo que sigue siendo el intermediario el dueño del poder. Ese poder, políticamente, puede seguir imponiendo el derecho del modelo humano burgués occidental a dominar y someter a la humanidad, a la vez que declara los derechos igualitarios de esa humanidad, o más exactamente se declara inocente de haberlos violado. El rayo de luz románico hizo ver que para la burguesía hegemónica, para la clase media opresora, el racionalismo universalista o era más que una máscara, aceptada mientras servía de justificación a esa clase, pero temida apenas llevaba su coherencia hasta poner en duda la legitimidad de la dominación pancolonial del white man’s burden (me refiero a un colonialismo incluso interno). Después de las manipulaciones derealizadoras y desvalorizadoras que he intentado describir, loa burguesía hegemónica, colonialista e imperialista parece haber desactivado la duda romántica y haber vuelto, con los nuevos colonialistas o con su bufón Calderón, a la misión trascendentemente justificada del white man y su chantajista opresión, ahora llamada "democracia", pero tan despótico, racista, cruel y mortífero como en tiempos de la colonia.
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