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Marzo 2007

Jorge Castañeda vuelve a dejarnos asombrados. Esta vez llama “vieja política exterior mexicana del avestruz” a esa tradición ejemplar del México pre-panista que él personalmente se encargó de estrangular. Es sabido que, desde los tiempos de Hitler y Mussolini hasta los de Bush y Fox, México, independientemente de sus vicisitudes internas, fue siempre admirable en su política exterior, defendiendo constantemente, a veces contra el mundo entero o casi, la legalidad, la justicia y la razón. Gracias a Castañeda, todo eso se acabó. En los tiempos de la Sociedad de las Naciones, según don Jorge, México se obstinaba en esconder la cabeza en el humanismo, la moral, el respeto y otras de esas estupideces idealistas, sin querer abrir los ojos, como el bendito Chamberlain, a la deslumbrante luz del nazifascismo y de su émulo Franco. Ahora Castañeda se los ha abierto a la no menos resplandeciente de George Bush (junior). En Latinoamérica, nos revela, hay dos bloques: el primero, democrático y que “pertenece al mundo moderno”; el segundo, “fidelista-guevarista” y que “vive una constante tentación autoritaria”. Pero Castañeda, iluminado por la mencionada resplandeciente luz, ve la realidad transfigurada: la verdad es todo lo contrario de lo que nuestros ojos ven; la verdad es que “nadie como Calderón puede defender el sendero democrático (!), globalizado, moderno y social del primer bloque; nadie como él puede exhibir las trampas y mentiras del segundo”. La fe mueve montañas. Por ella se nos revela el milagro de que el nimio Felipe Calderón (arropado, eso sí, por el ejército, como estamos viendo) sea el elegido de las fuerzas de arriba (arriba en el cielo y arriba en el mapa) para acaudillar esa empresa (empresa no: cruzada, cruzada, como la de Franco en su día) contra la amenaza bolchevique. Un único pequeño inconveniente: que Bush no le ofrece “la cobertura política necesaria (!!) para emprender esa batalla”. Inconveniente que con este artículo Castañeda, a todas luces, sugiere que se corrija. Hay que rendirse: no nos queda más que desear a don Jorge que Dios siga haciéndole tan perspicaz.

Ahora que Bush se ha decidido a voltear a Latinoamérica a recoger su cosecha sobreabundante de abucheos, se queda uno imaginando cómo será el encuentro, en su última etapa, con Felipe Calderón. Dos demócratas hijos de nada impecables urnas. Viéndolos juntos, más de uno recordará tal vez los vergonzosos artículos de la prensa española, cuando las elecciones mexicanas, que regañaban a López Obrador por no seguir el ejemplo de Al Gore y renunciar “patrióticamente” a indagar más en los sótanos, más bien fétidos, de unas elecciones tan “democráticas” las unas como las otras. Con lo cual tal vez no contribuiría, como Gore, a abrir la puerta a un presidente que haría, ahora lo sabemos, la felicidad del planeta, pero sí por lo menos a que Calderón hiciera la del pueblo mexicano, oaxaqueños y chiapanecos incluidos.

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