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FÁBULAS INSULSAS: El Impasse de Raúl y su regreso de Día de Muertos

 

Félix Ayurnamat. 2024

Por TPS

Raúl llevaba esperando horas, tal vez días; en el Más allá, el tiempo era un concepto, digamos, "bajo mantenimiento". Todo comenzó cuando el administrador de la Central de almas en transito anunció que, por motivo de cambio de administración, se iba a modernizar el sistema de tránsitos espirituales. "Es en aras de agilizar su proceso de retorno, compañeros difuntos", habían prometido en aquel altavoz oxidado que colgaba, tembloroso, en la sala de espera. Claro, desde que lo anunciaron, la fila solo había empeorado.


Raúl suspiró, o hizo lo más cercano a suspirar que puede hacer un alma incorpórea, y se acercó al mostrador. Allí, un alma delgada y ojerosa, con gafas y bigote, lo miraba desde detrás de una montaña de formularios.


—¿Número? —le preguntó el funcionario con un tedio calculado.


—El 1152, pero mire, es que llevo esperando aquí desde... bueno, hace un buen rato.


El funcionario levantó una ceja inexistente.


—¿Y qué espera encontrar? ¿Una disculpa? ¿Un café de cortesía? Mire, no somos funeraria. Aquí nadie le garantiza buen servicio. A ver… 1152… —El alma tecleó con un dedo en el computador, aunque Raúl estaba casi seguro de que no estaba conectado a nada—. Ah, veo el problema. Su expediente está en el Departamento de Procedimientos arcanos. Lo enviaron porque hubo una serie de irregularidades en su inscripción al purgatorio.


—¿Irregularidades? —preguntó Raúl, cada vez más desesperado.


—Sí, aquí dice que el año pasado llegó con aliento a mole. Eso es una infracción al reglamento de acceso desde la reforma del 2023. No puede ingresar al Más Allá arrastrando esos olores. Contamina la atmósfera, sabe.


Raúl tragó saliva, una costumbre humana que no había olvidado a pesar de su condición espectral.


—Es que… verá, yo soy de México y  quiero ir a celebrar Día de Muertos. Ya sabe, la ofrenda, la coca, la comida... no tiene que ser el mole, yo me adapto. Pero, por favor, déjeme ir. ¡Llevo un año sin saborear nada!


El funcionario lo miró con lástima fingida.


—Ah, no sabe cuánto lo siento. Pero tenemos nuevo director de Almas Errantes, y ahora todo trámite lleva su tiempo. Además, ya no estamos en los viejos tiempos. Aquí, en el Más allá, estamos avanzando, ¿sabe? La idea es digitalizarlo todo.


—¿Entonces, cómo…? —empezó a decir Raúl, justo cuando un pitido ensordecedor atravesó la sala.


—¡Se cayó el sistema! —anunció el altavoz, en lo que parecía ser la frase de la semana—. Queridos difuntos, les pedimos que conserven la calma.


Raúl comenzó a arrastrar su sombra de regreso al final de la fila, con un cansancio que no recordaba desde que trabajaba en el mundo mortal. Pero a mitad de camino, una voz áspera lo detuvo.


—¿Eres Raúl? —preguntó un alma con barba de candado y vestido de una forma hippiosa—. Me contaron que estás aquí desde la semana pasada. No te han procesado porque nuestro querido departamento se volvió gourmet. No pasan ninguna solicitud que involucre comidas populares.


Raúl se congeló.


—¿Gourmet? Pero... pero los tacos no es solo comida, ¡es esencia, tradición! ¡Mire, si me pusieran Foie gras  o esas cochinadas de comida molecular en la ofrenda, es como perder mi esencia!


—Es. Un asunto de "modernización" para la administración. Pero tranquilo, amigo, hay soluciones alternativas, guiñandole el ojo, con el inexistente párpado.


Raúl lo siguió, atraído por la promesa de un camino clandestino. Entre los muros del edificio y una puerta sin manija, se encontró en un pasillo oscuro donde un grupo de almas regresaban con expresiones de picardía, narices teñidas de salsa, y algunas hasta con olor que parecia de suadero.


—Esta es la fila de los trámites “urgentes” —susurró su guía—. Aquí no se piden permisos.


Horas después, Raúl se encontraba frente a otra ventanilla. La funcionaria que lo atendía parecía amable. Alzó la vista de sus papeles y le sonrió.


—Día de Muertos, ¿eh? mole, refresco, esas cosas de siempre. Bueno, pues, buenas noticias: tu turno está listo.


Raúl sintió algo parecido a una lágrima.


—¿Entonces puedo volver? —preguntó, entre incrédulo y emocionado.


—Claro, claro, si no fuera porque... mmm… ¿cómo decirlo? Resulta que no puedes oler la esencia de grasa animal y azúcares refinadas en el plano de los vivos. En nuestro servicio, solo podemos autorizar sabores de baja intensidad. A ver, aquí te doy la lista de lo que puedes oler:  soya, maíz, trigo sin gluten. Ah, y jugos verdes de kale.


Raúl abrió la boca sin saber qué decir. Le dieron su pase. 


—¡Pero esto es… un insulto! —gritó con un dolor indescriptible.


—Así es la política de nuestra empresa, Raúl. En el Más allá avanza, no queremos sufrimiento animal y queremos que todos estén sanos. —Y con una palmadita en la espalda, la funcionaria llamó al siguiente.


En su regreso a la Tierra, flotando desolado sobre los altares repletos de calaveritas y aromas prohibidos, Raúl miró una última vez hacia el Más allá y pensó que, quizá, sería conveniente mudarse al infierno, seguramente sería menos burocrático.


Moraleja:  A veces, deberían dejar de modernizar lo que ni entienden ni se necesita modernizarse, especialmente si eso significa arruinar los placeres más sencillos.



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